Al escribir esta columna, el amotinamiento del grupo Wagner en contra del liderazgo militar ruso es una situación en desarrollo. Mientras una facción de este ejército privado detuvo su camino a Moscú, algunos reportes señalan que Putin habría volado a San Petersburgo. Visto que en Rusia la desinformación es ley, y que los actores principales en este conflicto son conocidos por mentir (Putin, su séquito, el ejército, y el dueño del grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin), necesariamente los hechos verificables conducen a una narrativa cautelosa.
Wagner es una empresa privada rusa paramilitar. Su propietario lleva tiempo en un conflicto con el ministro de defensa y el máximo general del ejército ruso. Esta tensión tiene raíces que se hunden en otra guerra -Siria-, donde la acción de Wagner no habría sido apropiadamente retribuida en términos monetarios y honoríficos; siendo la causa de la tensión actual, aparentemente, el no recibir suficiente apoyo material y logístico para su “trabajo” en Ucrania.
En enfrentamiento abierto, Wagner alega capricho y ajuste de cuentas en el manejo de la guerra, mientras que el liderazgo militar ruso acusa a Wagner de traición. Los líderes en ambos bandos de esta disputa son criminales. Se baten no por algún principio o valor, sino por influencia y poder, en un régimen ampliamente corrupto.
¿Habemus intento de golpe de Estado? Hay que precisar que no se trata de un ejército batallando a otro. Wagner es una empresa que ha crecido al alero de Putin, sin sujeción o sometimiento a regla alguna en el desarrollo de su “giro”. Sus “empleados” son criminales violentos, sacados de la cárcel bajo promesa de indulto si sobreviven seis meses en Ucrania bajo órdenes de veteranos. Las prácticas de Wagner, incluida la ejecución pública de desertores con un mazo con una calavera grabada, son contrarias a la ley rusa. El ejército ruso, por el contrario, es aún hoy, la institución más importante del país, y sus tradiciones, de gran calado cultural, atraviesan la historia de Rusia.
Lo segundo que hay que decir es que el señor Prigozhin no pinta para ser el próximo Presidente ruso. Viene de los bajos fondos de San Petersburgo, pasó 10 años en prisiones soviéticas por robo y hurto, y se acercó al Kremlin como proveedor de servicios de alimentación. Obtuvo cercanía a Putin como su cocinero, y todo lo que ha obtenido se lo debe a esa cercanía. El alto mando no lo considera un militar, sino apenas un ex convicto útil para hacer trabajo sucio. Además de ser dueño de Wagner, Prigozhin es propietario de una empresa de hackers que interfirió en las elecciones presidenciales de EEUU de 2016, según el FBI.
No obstante este poco ilustre currículum, es posible que el señor Prigozhin tenga algún apoyo en el ejército ruso -a juzgar por la facilidad con la que Wagner logró tomar la ciudad de Rostov-, e incluso en la población. El “éxito” de Wagner en Bakhmut -primer avance material ruso en 10 meses- le ha subido los bonos. En el mismo período, el ejército ruso ha perdido un territorio mucho mayor en el sur y el este de Ucrania. Prigozhin se jacta hoy ahora de contar entre sus mercenarios a ex figuras de cierto renombre, como un viceministro de defensa recién despedido.
Por otro lado, la guerra no es popular. Nada ha ido para nada como Putin esperaba, pero el debate político sobre la misma no es posible. La oposición ha sido erradicada por los servicios secretos, y silenciada mediante castigos terribles, incluso por hechos ajenos (como, por ejemplo, padres que pagan por nimios gestos pro paz de sus hijos pequeños). “Desacreditar” al ejército ruso con un “like” en redes, o (para los corresponsales extranjeros) mencionar la palabra “guerra”, conduce a larga pena de prisión. Decenas de miles han huido al exilio.
La vergüenza ante el pobre desempeño de Moscú en una guerra mal planeada ha redundado, más temprano que tarde, en fisuras en los liderazgos. La estrategia de Putin para eliminar la chance de sucesores, mediante la promoción de rivalidades entre sus subordinados, en intrigas subterráneas, finalmente le jugó en contra. Toda guerra necesita un frente interno unido y Putin no ha podido ocultar el conflicto. Este sin duda afectará operaciones militares, pero más allá de eso, sus consecuencias no pueden sobreestimarse prematuramente.
El rol clave lo tiene la élite en el Kremlin, que no está contenta ni con el resultado de la guerra, ni con la grieta visible entre el ejército privado y el ejército tradicional del país. La solidez de las lealtades al régimen de Putin está a prueba en los próximos días/horas, y esto es aún más relevante a nivel interno que externo (Bielorrusia y otros incondicionales históricos). Es difícil medir hoy cuánto puede desestabilizar a Rusia esta disputa. Mientras tanto, Ucrania se frota los ojos, creyendo ver en el horizonte, más cerca que nunca antes, la chance de ganar la guerra.
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