Sin duda el primer resultado positivo es una mayor figuración global de Chile, a partir de la correcta posición sobre Ucrania, formulada por Boric en la cumbre CELAC-UE. Ésta generó elogios por su claridad de principios, y por desmarcarse de la lealtad que la antigua izquierda latinoamericana siente aún respecto de Rusia, pese a que Boric sí comparte su sentimiento anti-estadounidense. La elegancia adicional de Boric, al no darse por ofendido ante al insulto lanzado por el Presidente de Brasil para minimizar el impacto de la posición chilena, aumentó esa figuración y elogios, ante la incapacidad de mantener una divergencia conceptual en el marco del respeto.
La airada reacción de Lula es parte de un intento -a todas luces fallido- de mediar en el conflicto sobre Ucrania: por un lado, la imparcialidad de Brasil como tercero está limitada por su fuerte dependencia de los fertilizantes rusos; y por otro, Lula ha protagonizado respecto a Ucrania varias desinteligencias diplomáticas. Brasil intenta, además, fortalecer un liderazgo regional hegemónico con miras a obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero como su estrategia incluye minimizar los crímenes de lesa humanidad que ocurren en Venezuela, considerándolos un “problema narrativo”, el plan no cuaja. Gracias al trabajo de instituciones internacionales de derechos humanos, esos crímenes son bien conocidos, y Boric discrepó de Lula también en este punto en una cumbre previa.
Hay que agregar que la vocación chilena por los derechos humanos justificaría, de hecho, una posición respecto a Ucrania basada no sólo en principios legales, sino morales: lo que allí sucede son crímenes que vulneran la conciencia de la humanidad. La guerra de agresión rusa no es una violación abstracta de reglas, o un evento que impacta precios de alimentos, golpeándonos el bolsillo (como dijo Boric en una radio española). Y por la misma razón de derechos humanos, una posición más fuerte de Boric respecto de la dictadura cubana estaría plenamente justificada.
En todo caso, el repetido impasse Boric-Lula va más allá de un desafío al paternalismo de este último: es reflejo de la existencia de distintas izquierdas latinoamericanas. Boric lidera un país que cuenta con el mejor acuerdo de asociación jamás ofrecido por Europa a un país no europeo (palabras de Josep Borrell que describen el acuerdo actualizado con Chile, y también el histórico). Brasil, potencia regional, no ha logrado concretar en 20 años un acuerdo Mercosur-UE. Nuestra cercanía con la UE, de larga data, y la amplia reacción positiva en Europa a la visión chilena sobre Ucrania, desde el inicio de la guerra, son dos factores que explican la muy cálida recepción que Bruselas, París, Ginebra y Madrid, brindaron al Jefe de Estado chileno.
En este viaje se firmaron múltiples acuerdos sobre inversión extranjera, y cooperación científica y cultural. Con la UE, un memorándum de entendimiento para una asociación estratégica sobre cadenas de valor sostenibles respecto a materias primas. Con el Banco Europeo de Inversiones, un acuerdo para acelerar transición energética. Con la OMC, un compromiso para trabajar en la creación de cadenas de valor sostenibles e inclusividad en el comercio multilateral. Con el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), el anuncio de la tramitación para ingresar como Estado asociado. Con la UNESCO, una oferta de organización conjunta para albergar en Chile la próxima Conferencia Mundial de Libertad de Prensa. Con la OMS, un compromiso de colaboración en la promoción del acceso equitativo a vacunas, la atención primaria y de salud mental, y el Tratado sobre Pandemias (este último, continuación de un trabajo gestado con fuerte impulso de la administración Piñera, hay que reconocerlo). Y en el ámbito bilateral, tres acuerdos de cooperación con España (ciberseguridad, producción audiovisual y memoria histórica), y tres con Francia (materias culturales, antártica e igualdad de género).
Adicionalmente, una gran cantidad de reuniones bilaterales con jefes europeos de Estado y Gobierno, amén de representantes de organizaciones internacionales, brindaron un moderno panorama global a un Presidente que se tardó un año para alejarse de la débil visión internacional de su programa de gobierno, y devolver la Cancillería a líneas históricas. Hubo además encuentros con empresarios en Francia y España, donde los últimos 30 años, antes tan vilipendiados, fueron reivindicados en el fortalecimiento de las instituciones y en su lucha contra la pobreza. Finalmente, el notable saldo de acuerdos, entrevistas y eventos, se explican en gran parte por los esfuerzos de la diplomacia profesional chilena, fogueada al candil de esos mismos treinta años, que fraguaron una política exterior y comercial extraordinariamente consistente y activa para un lejano y pequeño país sudamericano.
Empero, la gira tuvo dos lunares.
El primero fue el acto cultural en Madrid, donde Boric distinguió a Baltasar Garzón con una medalla en el marco de los 50 años del Golpe de Estado. La trascendencia del caso Pinochet en el campo de los derechos humanos es innegable; pero los premios que otorga un Jefe de Estado a nombre de todo el país necesitan cuidadosa evaluación de toda la trayectoria del premiado, y no sólo de una parte. Los reportes de prensa hacen factible especular que lo relativo a esta premiación no pasó por el escritorio del Canciller (pese a que Cancillería encargó y pagó la medalla en cuestión), y que los antecedentes completos del premiado probablemente tampoco pasaron por el escritorio de Boric, particularmente su rol en numerosas acciones contrarias al interés del Estado de Chile, después de su expulsión del poder judicial español por prevaricación. Esta desinteligencia, inaceptable para una efeméride de tanta exposición y sensibilidad, apunta, una vez más, a la “Cancillería paralela”: la asesoría presidencial en materia exterior, fuente de errores desde el inicio del gobierno por falta de expertise.
El segundo lunar de este tour, son las contradicciones que dejan ver las entrevistas presidenciales a medios extranjeros. El discurso del Presidente Boric cambia según la audiencia; tanto, que él mismo -en la clase magistral que dio en La Sorbona- reconoció que cuando se relaja, dice cosas inconvenientes. Así pues, el esfuerzo central de esta gira (atraer inversión extranjera a un país que se promueve como seguro) se ve boicoteado por el propio Boric, cuando éste admite públicamente que “parte de él” quiere “derrocar el capitalismo”, como dijo al programa BBC Hardtalk. Las dos disímiles almas del gobierno viven, entonces, dentro del propio Boric.
En conclusión: Boric olvidó a ratos su investidura. Y a diferencia del tiempo pasado en una librería, aquí pueden haber consecuencias concretas: la sola manifestación de un deseo suyo puede impactar estrategias, crear inestabilidad, alterar equilibrios o confianzas.
Ambas situaciones oscurecieron lo que de otro modo fue una muy buena gira. A un año y medio de iniciado el gobierno, los errores de principiante no pueden repetirse más.
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