Agosto 27, 2022

¿Por qué votamos como votamos? Por Noam Titelman

Ex-Ante
Crédito: Agencia Uno.

Es posible que para muchas personas sus identidades partidistas, de clase, de religión, de edad, de etnia o de lugar de residencia ‘tironeen’ en direcciones opuestas para este plebiscito. Esto empuja a las posiciones intermedias del debate. Por eso el rechazo insiste tanto en la “transversalidad” y el apruebo en la “unidad de los distintos”.


En cualquier competencia electoral las probabilidades de que un voto sea decisivo se aproximan a cero (aunque, por cierto, nunca llegan a cero). Entonces, ¿Qué nos lleva a pasar un buen domingo poniendo rayas en un pedazo de papel? ¿Por qué votamos como votamos?

Desde la perspectiva utilitarista, Anthony Downs formuló en los años 50 su famosa teoría del votante maximizador de utilidad. En esta se imaginaba a dos partidos disputando un electorado que se distribuía en el eje izquierda-derecha. Los votantes buscaban votar por el parido más cercano a ellos, los partidos ganar elecciones.

Hace poco en una columna de Eduardo Engel se planteaba que posiblemente estábamos ante un escenario similar. En esta columna Engel sugiere como explicación del masivo apoyo que tienen las opciones “aprobar para reformar” y “rechazar para reformar” el que la constitución del 80 estaría a la derecha del votante mediano, mientras la propuesta de nuevo texto estaría a la izquierda de este. Por otro lado, como explica Engel, este modelo es la versión más simplificada de las perspectivas instrumentales del voto.

En realidad, las disputas electorales se dan en varios ejes simultanéanos. Es perfectamente posible que un mismo votante tenga posiciones más a la izquierda en un eje (por ejemplo, derechos sociales) y más a la derecha en otro (por ejemplo, carga impositiva). En este sentido, es posible que lo que reflejen las encuestas es que en algunas temáticas las personas están a la izquierda y en otras a la derecha de cada texto.

Por otro lado, la perspectiva instrumental no es la única para explicar el voto. Buena parte de la disputa electoral se da en el ámbito identitario. Los individuos de una sociedad otorgan valor a ciertas características que los definen, como religión, etnia y clase social. Las votaciones no son como las decisiones de compra en un supermercado. En política hay algo más que el frío cálculo costo-beneficio. Hay sentido de identidad, de arraigo y de dignidad que son esenciales (y siempre lo han sido) a la política.

Al momento de definir su voto, cada ciudadano observa el comportamiento de las organizaciones e instituciones que lo rodean y genera un juicio sobre quiénes son los que están “de su lado”, defendiendo a los que pertenecen a su grupo social. Por cierto, el ejemplo más notorio de esta identificación mediada es el de los partidos (el partido de los trabajadores, el partido de los evangélicos, etc.), pero es posible imaginarse relaciones similares con otras organizaciones (el equipo de futbol de la gente de este barrio, esta es la iglesia de los pobres, etc.)

En el caso del plebiscito, la pregunta por cuáles son estas identidades no es fácil de responder. Sin duda existen personas que aún se identifican con partidos, pero son un grupo cada vez más reducido. Por otro lado, habría que considerar la posibilidad de identidades negativas en las que la pregunta ya no es quién “está de mi lado”, sino quién está “en contra de los del otro lado”.

Desde esta óptica, quizás lo que refleja la fortaleza de las posiciones no polares (“aprobar para reformar” y “rechazar para reformar”) es que muchos ciudadanos tienen identidades sociales complejas que no mapean nítidamente en la actual disputa política. Como explica Lilliana Mason, cuando los adherentes de una posición política están nítidamente caracterizados por la homogeneidad social hay una tendencia a la polarización afectiva. Por el contrario, la existencia de identidades complejas fomenta la despolarización.

En otras palabras, es posible que para muchas personas sus identidades partidistas, de clase, de religión, de edad, de etnia o de lugar de residencia ‘tironeen’ en direcciones opuestas para este plebiscito. Esto empuja a las posiciones intermedias del debate. Por eso el rechazo insiste tanto en la “transversalidad” y el apruebo en la “unidad de los distintos”.

Casi siempre los votos se tratan de mucho más de lo que está en la papeleta. Entender por qué votamos como votamos será crucial para tomarse en serio los resultados del plebiscito y determinar el siguiente paso del proceso constituyente que, a todas luces, no terminará el 4 de septiembre.

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