Se dice, con no poca razón, que este proceso constituyente no ha aprendido nada del anterior y que ha ido cometiendo uno a uno los mismos errores. Pero sí hay algo que los nuevos constituyentes aprendieron del espectáculo de ayer: hacerse notar lo menos posible. Si la asamblea de ayer descollaba en personalidades, ritos, gritos, susurros y sabrosos episodios secretos, esta brilla por la ausencia de personajes y acontecimientos notables.
Muy en consistencia con el espíritu talibanesco del nuevo proyecto, da la impresión de que, si los nuevos constituyentes pudieran ir enmascarados a sesionar, lo harían. Gloria Hutt y su siempre imaginativo guardarropa, estaba en esa asamblea compuesta en igual proporción de debutantes y jubilados, llamada a brillar. Mal que mal había conseguido el imposible logro de ser ministra de Transporte en pleno estallido -un estallido que empezó por la subida de los pasajes del metro- y luego siguió ganando elecciones internar y externas.
Rostro de mujer en un partido que parecía un club de amigotes antes de ella, instaló la idea de que iría a controlar e impedir las locuras de los republicanos en el Consejo Constitucional. Haberlo conseguido en tan poco es quizás una señal de que algo que va más allá de sus talentos, o capacidades, sino algo que habita en lo profundo del sistema político chileno.
Como le sucedió al socialismo democrático en el proceso anterior, Gloria Hutt ha pasado lo mejor de su tiempo tratando de convencerse de que el pleno va a calmar las locuras de las comisiones. “Y la armonización” y “la comisión de expertos”, intenta en vano no saber lo que todos saben: que los moderados tienen, en la dinámica posmoderna que se instaló en el centro de la redacción de la nueva Constitución, ninguna capacidad de parar nada.
Lo único digno parece hacer lo que tarde hicieron algunos referentes del socialismo democrático en el proceso anterior y denunciar las mecánicas de los dementes y no seguir cubriéndoles las espaldas. Lo único racional es denunciar lo evidente, que esos extremos republicanos o apruebos dignidad, no quieren ni nunca han querido escribir una nueva Constitución, ni muchos menos firmar un nuevo pacto social, sino instalar en la opinión publicas lemas, palabras, conceptos que piensan, con razón, no se irían más del vocabulario común.
Gloria Hutt Hesse, ingeniera civil, hija de militares, cree que ser serios es hablar en técnico y tratar de aterrizar el discurso, sin darse cuenta de que lo que está en juego aquí es justamente el puro discurso. Una incapacidad que es de alguna forma algo más que eso, porque a la derecha liberal le parece, sin embargo, imposible romper con la otra porque quiere creer siempre que, a la larga, va a ganar ella en la refriega.
Es por lo demás el eterno problema de la derecha, que la ciega la idea de que el que gana tiene la razón, que el que es rico lo es porque dios lo quiere, y que el poder es siempre poderoso, cuando en general es una señal como cualquiera de impotencia.
Si la izquierda moderada no rompe con sus ilusos y sus estafadores es porque quiere creer que algunos dementes que predican en la plaza pueden ser los cristos o los budas del futuro. A la izquierda la obnubila la ilusión del futuro, a la derecha la luz cegadora del presente. La izquierda quiere creer que Rojas Vade es un mártir y la derecha quiere creer que Luis Silva es un profeta. La izquierda en eso tiene la ventaja de que Rojas Vade termina por denunciarse y vivir su locura solo, mientras Luis Silva no parece dispuesto a abandonar su propio suicido a lo bonzo antes que el mundo se queme con él.
Gloria Hutt, que tiene ese aspecto severo de quien sabe cuadrar las cajas, piensa que al final las sumas y las restas dejarán que los ilusos se desilusionen a tiempo. Da lo mismo que opine Gloria Hutt de sus compañeros republicanos en la intimidad, piensa que no tiene ningún sentido pelearse con los que de alguna manera han conseguido que muchas de las ideas que todos daban por muertas en previsión, seguridad social, y economía, se hagan artículos de una Constitución.
Paris bien vale una misa, dijo alguna vez Enrique IV de Francia. Es el paso de ser el campeón de los protestantes a convertirse en católico para así reinar y conseguir la paz entre las dos teologías. Gloria Hutt piensa que bien vale sacrificar el aborto en tres causales y otras libertades valóricas, que por lo demás piensa, con cierta razón, no llegarán a conculcarse del todo, con tal de volver a atar a los chilenos con el fantasma de la libertad ante todo económica.
Así comete el mismo error que cometió cuando fue ministra de transporte, y no saber que 30 pesos es mucho más que 30 pesos y que un panel de expertos podía fijar a solas ese precio. No entender que el aborto en tres causales puede seguramente seguir siendo constitucional en el proyecto, pero que no es el hecho mismo concreto lo que está en juego sino la batalla de las ideas, y como este domina los cuerpos.
Los optimistas tienen el defecto de creer que los otros son como ellos, cuando la verdad es que, ante la muerte y la miseria, estar desesperado sigue siendo lo único razonable. No hay forma humana que este debate constitucional, que nació de la idea equivocada que necesitábamos una nueva Constitución porque éramos un nuevo país, y no una versión severamente reformada del país anterior, no termine justamente en una tempestad de palabras y conceptos estériles, símbolos y señales, ruido, sonido y furia que, como la vida misma, no significan nada.
Ante esto lo único racional, lo único serio, es dar dos pasos atrás y entender que este capítulo de la novela ya se cerró para los chilenos, que reabrirlo uno y otra vez es solo abrir y volver a abrir una herida de la que ya no tenemos sangre que derramar.
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