Cathy Barriga, hija de un funcionario de casino y de una peluquera de Peñalolén, no nació para gobernar sino para reinar. Rubia a pesar de todo, sonriente, impermeable a las críticas, sólida como la piedra más indestructible, lo suyo no tiene que ver con administrar los recursos de un municipio cualquiera, sino la gracia y la desgracia de sus habitantes, sus sueños dorados y sus pesadillas inesperadas.
Lo suyo es abrazar niños, hacer caminar minusválidos, iluminar mañanas de quienes no tienen futuro, y hacer creer que todo, incluido su inocencia, es posible. Lo suyo no son las cuentas corrientes o de ahorro, lo suyo son los milagros.
Ella misma es eso, un milagro. Una niña guapa y luchadora que no podía haber nacido más lejos de los centros de poder, pero que a fuerza de paciencia y lucha llego siempre donde quiso llegar. No fue un camino de rosas. Al revés.
Uno de sus primeros trabajos la destinó a un círculo perfectamente masculino de hombres viendo películas de terror de pésima calidad en directo. El programa se llamaba “Maldita sea” en el canal 2 Rock and Pop y ella era ahí la única presencia femenina. Aunque para conseguirlo tenía que fingir ser un robot. La famosa Robotina, nombre que ahora sugiere otras cosas no tan tecnológicas.
Le costó muchos años a esta estrella naciente de los años 90 probar que detrás de este robot que le servía bebidas y comidas a los nerds salvajes del programa, había una mujer. Una mujer y no una niña, como lo eran la mayor parte de los miembros del Team Mekano, programa donde Cathy llegó a comienzos de los años 2000 después que se cerrara el canal 2.
La razón de su éxito en este contexto tenía que ver con el hecho justamente de ser una mujer en un mundo de niñas. Una mujer con decisión, con problemas, con amores y con hijos en el vientre. Una mujer de verdad en un ambiente que fomentaba una especie de pubertad permanente.
Un par de reality hicieron aún más patente la complejidad de la rubia ex Robotina. Cathy bailaba y se ponía y sacaba trajes bikini como cualquiera de las que desfilaban por esa pantalla demencial de comienzos del siglo XXI, pero tenía además carácter, decisión, problemas y problemáticas reales. Había sufrido, trabajado, amado y perdido de verdad. Su personalidad se impuso sobre su cuerpo y entre programa y programa estudio psicología y diplomado en el trato de niños en el espectro autista.
Su cabeza empezó a buscar con desesperación una corona que llevar. Así que buscó un marido a la altura. Lo encontró en la figura de Joaquín Lavín León, hijo de un candidato más o menos sempiterno a la presidencia de la república. Lavín León se hizo diputado y, según consta en acta, hace poco o nada. Aunque algunos dicen que hace nada o poco.
A Cathy, en cambio, no se le puede culpar de falta de iniciativa. Siempre despierta, siempre inquieta, pasó de ser consejera regional a alcaldesa de Maipú, lugar en que desarrolló toda suerte de iniciativas que no dejaban nunca de poner en relieve su aporte personal. Murales en que aparecía entre los libertadores, becas con su nombre, programas de televisión animados por ella, challenger de redes sociales con recursos municipales, viajes con funcionarios a ver espectáculos. Espectáculos y más espectáculos,
Cathy se puso a bailar para convencer y vencer bailando. Todo y cualquier cosa recibió su dorada bendición, todo también su nombre y su foto, que se hizo omnipresente entre los ciudadanos de Maipú.
No era una alcaldesa, era el sueño de una mujer luchadora por imponer su bendición sobre los destinos de una de las comunas más populosas y contradictorias de la capital. Fue la venganza de esa Robotina a la que no dejaban hablar, que encontró una voz propia. La chica del Team Mekano, se inventó su propio Team, el municipal.
No dudó en usar todo los recursos que pudo para apoyar a los suyos en cuanta elección pudo, pero el gobierno de Piñera tampoco entendió del todo el brillo de su gestión y todos empezaron a encontrar molesta su manía por aparecer o su incapacidad por desaparecer.
En Argentina o en Colombia, en Polonia o Birmania su figura habría crecido sin reservas. Pero el ambiente mezquino chileno y su pasión por las contralorías de todo tipo, no la dejó volar. En tribunales trató de nuevo de entregarnos su versión de Evita Perón, no la verdadera esposa de Perón, sino la que actuó alguna vez Madonna. Pero los periodistas la empujaron demasiado y se terminó impacientado con su marido, que tampoco supo resguardarla a tiempo. Terminó por preguntarle a los periodistas si habían estudiado en la universidad y abandonando la mano de su confundido marido. Nadie escuchó sus argumentos y su inocencia quedó una vez más por probar.
Reina sin trono ni reino, le tocó una vez más entrar a los pasillos de los tribunales donde le costará explicar que se cambió legalmente su nombre de Catherine a Cathy y que lo único que hizo fue usar todo su enorme carisma para conseguir que nadie en su municipio la olvide nunca más. Eso ultimo quizás lo consiguió con creces. Ni en la derecha, ni en el centro, ni en la izquierda, nadie se parece a Cathy, que única y sola no entiende por qué la culpan por brillar, cuando para eso y nada más que para eso, nacieron las estrellas.
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