Octubre 14, 2023

Perfil: Alberto van Klaveren, jubilando en cámara. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista

Deben pensar que Van Klaveren ataja goles, e impide cosas peores, pero lo cierto es que su actitud se parece más bien al funcionario cansado que recicla alguna declaración redactada al calor de la primera o la segunda intifada. En todo momento al canciller, y para qué decir al presidente, se le escapa que la distinción entre “anti-sionismo” y “antisemitismo” ya no tiene una especie de valor ante esta nueva forma de hacer la guerra, importada del desierto sirio-iraquí.


El nombramiento de Alberto van Klaveren como canciller fue sin duda una buena noticia para todos los que conocían su larga y exitosa trayectoria en la diplomacia chilena. De imponente cara transilvanesca, se esperaba que Van Klaveren, nacido en Holanda, de familia judía que huyó hacia Chile en la Segunda Guerra Mundial, no caería en la visión extremadamente simplicista y maniquea que el Frente Amplio se hace del conflicto palestino-israelí. Pero el canciller ha ido demostrando el otro lado de la experiencia diplomática a la chilena que no es otra que decirle si al jefe, tenga o no razón.

Deben pensar que ataja goles, e impide cosas peores, pero lo cierto es que su actitud se parece más bien al funcionario cansado que recicla alguna declaración redactada al calor de la primera o la segunda intifada.

En todo momento al canciller, y para qué decir al presidente, se le escapa que la distinción entre “anti-sionismo” y “antisemitismo” ya no tiene una especie de valor ante esta nueva forma de hacer la guerra, importada del desierto sirio-iraquí. No entienden que esto no es una respuesta a nada ni un ataque para ganar territorio o forzar un acuerdo, o conseguir alguna venganza ante las humillaciones pasadas, sino una ofensiva para conquistar el imaginario de las redes sociales, dividir a los occidentales, y construir una nueva dinámica de víctima-victimario que eternice el conflicto.

El conflicto que ya no es entre un ejército todopoderoso y grupos clandestinos armados a la mala con algunos misiles y lanzallamas. Hamas no es un ejército regular, pero su acción perfectamente coordinada y equipada no es propia de una guerrilla improvisada. Así, Hamas es un ejército que convirtió a toda la franja de Gaza en su cuartel. El bombardeo indiscriminado de este es parte esencial del plan que sigue perfeccionando en los subterráneos que habitan, dejando con perfecta soltura de cuerpo que mueran por ellos niños y ancianos, tan rehenes de ellos, como los rehenes israelíes que irán matando de manera cada vez más espectacular, cada vez que una noticia los desplace de la primera plana.

Van Klaveren es demasiado inteligente para no entender que esta es otra forma de guerra, una guerra posmoderna. Pero a sus años, ¿para qué hacerse mala sangre? Su jefe creció envuelto en pañuelos palestinos y parte de las manías que lo embargan es ofender cada vez que puede al embajador israelí en Chile. Su retórica de bueno de la película, enemigo de todas las dictaduras y amigo de todas las democracias, ojalá fotogénicas, falla ritualmente cuando se trata de Medio Oriente. Ahí la parte del país que tiene elecciones, parlamento, derechos sociales, aborto, fiestas tecnos y hasta experimentos exitosos de socialismo comunitario, es siempre genocidio, fanático y colonialista.

Israel y su política bajo Netanyahu es, por cierto, fácil de criticar. Pero lo que le resulta imposible a la nueva izquierda es criticar, al mismo tiempo, la política palestina, y reclamar allá elecciones libres, derechos sociales, legalización de las drogas blandas, igualdad salarial, derechos sexuales y reproductivos, políticas no binarias, y no maltrato animal. No se puede pedir nada de eso, me responderán, porque Palestina está en guerra. Pero lo cierto es que Israel está en guerra también y tiene muchas de esas cosas (incluida una fuerte oposición con Netanyahu). Es que lo apoya Estados Unidos, pero a Hamas lo apoya Irán que la izquierda siniestra prefiere inexplicablemente.

Lo cierto es que Hamas está en guerra contra todo eso, democracia, libertades, y están ganando en grande parte gracias al apoyo de feministas, ecologistas, marxistas, LGTB, anti racistas que dejan de serlo cuando una metralleta grita ¡Allahu akbar! Estoy seguro de que en el presidente esta confusión es ingenua. Cree, como yo creía a los 12 años, que hay que estar siempre del lado de los buenos y nunca del lado de los malos.

Cuando tenía 12 presencié en televisión la masacre de Sabra y Shatila y la invasión de Israel al Líbano, lo que por cierto nutrió mi amor a la causa palestina y mi odio a los colonizadores. Después se me complico todo con Irán y con Siria, con Arabia Saudita, ricos que no son americanos. Y los acuerdos de Oslo y la forma concertada con que los fanáticos religiosos de ambos bandos destrozaron esta última posibilidad de paz y justicia.

Pero sobre todo viví el auge y la caída del ETA y la manera en que secuestra hasta hoy los corazones de gran parte de la sociedad vasca y española. Ahí vi hasta qué punto el que saca las armas como argumento termina por no tener ningún argumento más. Porque las armas no son una herramienta de hombre sino es el hombre el que se convierte en herramienta de las armas. Así vi como cierta izquierda siniestra, se vio dispuesta a abdicar, como lo hacen ahora frente a Hamas, de todos sus principios e ideas con tal de adorar al combatiente y lamer el dulce resplandor de sus botas.

La izquierda siniestra, nutrida en el pensamiento de dos nazis y un sadomasoquista, con su división binaria entre dominante y dominada y su fascinación por el poder, logra defender casi todo lo que Hitler defendía. Entre otra, la idea de que el judío siempre es ladrón y que, de ser las víctimas esenciales de una de las más grandes heridas de la historia, se han convertido ahora en victimario.

De ahí la obsesión en usar el termino genocidio, campo de concentración y holocausto. Pero lo cierto es que bajo ningún parámetro la política cruel, insensata, e indignantemente racista, que aplica el estado de Israel en los territorios ocupados es un genocidio, porque ningún genocidio crece la población del grupo que se quiere exterminar. Y menos aún puede crecer también ese mismo grupo por exterminar el país de los genocidas (donde los árabes israelíes son el 20% de la población).

Estas y otras sutilezas no les importan a los Pablos Iglesias y Jadues del mundo, amantes de la suma cero y de “cuanto peor, mejor”. La izquierda siniestra ama la estética de la resistencia, el fuego que quema la estatua, el sacrificio de los pobres, la valentía del lumpen. Que el pueblo o los pueblos salgan perdiendo siempre de la refriega es parte de su logro: da lo mismo, hijos o amigos de los ricos, ellos ganan.

Van Klaveren, ya técnicamente jubilado, simplemente se limita a tratar de compensar con algo de realismo los ataques de principiante internacional de su jefe.

Chile, con su fuerte, poderosa e integrada población palestina y una menor, pero también influyente comunidad judía, podría actuar de algún modo para conseguir el tipo de paz que, salvo en este tipo de momentos, reina aquí entre los dos pueblos. Pero el presidente ha preferido abanderizarse con un lado y luego de darse cuenta que se equivocó, tratar de enmendar el rumbo con un tweet. Nada demasiado glorioso, nada demasiado revoltoso tampoco, solo tardío, mal hecho, un impasse más de pasos en falso a los que nos vamos insensiblemente acostumbrado.

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