El viaje del Presidente Boric a Canadá y luego su asistencia a la Cumbre de las Américas constituyó su verdadero debut en las ligas internacionales (el periplo presidencial previo a Buenos Aires, en cambio, fue la visita vecinal de rigor). Y la fotografía de este debut merece ser mirada con detalle.
La Cumbre tuvo aspectos positivos para Chile, incluyendo sin duda el hecho que hayan existido reuniones bilaterales con varios países (la costumbre en estas citas); que Chile haya concurrido a acuerdos sobre migración y sobre acciones que se desarrollarán para combatir el alza del costo de la vida que experimenta el continente; y que incluso el país haya aparecido asumiendo un liderazgo en materia oceánica – aunque esto es continuación de un rol histórico de la diplomacia nacional.
Ciertamente, el aspecto positivo más saliente de esta gira es que existió por parte de la delegación nacional un esfuerzo por incorporar la perspectiva del sector privado. Acusando recibo del error que significó no haber invitado al sector privado a la transmisión del mando, se le hizo partícipe de la gira y se subrayó la importancia de su aporte al país.
En conferencia de prensa con el primer ministro canadiense, Boric señaló que el estado de bienestar, central para su administración, no puede financiarse sin el sector privado. El mensaje fue reforzado por el Ministro de Economía, quien subrayó la confianza del gobierno en emprender reformas estructurales “sin necesidad de asustar a los inversores extranjeros”, y destacó que “reforma no es lo mismo que incertidumbre”, frase esta última que parece contradecir aquella famosa del hoy designado embajador en Brasil, Sebastián Depolo (“vamos a meterle inestabilidad al sistema”).
Por otro lado, el Subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales sostuvo en la antesala de la Cumbre que “es clave consensuar una estrategia que fortalezca el comercio y las inversiones regionales”, a todas luces contradiciendo sus propios escritos académicos donde señala que el libre comercio es arma del imperialismo. Finalmente, entre las reuniones con inversionistas extranjeros, destacó aquella con el sector de administración de fondos de pensiones, donde se les transmitió que este Gobierno continuará siendo un lugar seguro para invertir.
Los aspectos menos auspiciosos de la performance en la Cumbre, sin embargo, no fueron simples errores de novato.
Fue notorio que el Presidente criticó incesantemente al anfitrión de esta cumbre, cada día del evento y en varias oportunidades, por la exclusión de tres dictaduras de los invitados a la instancia. Se entiende que se hiciera el punto al inicio, pero como reporta Ex-Ante, la majadería aportó tensión al contacto bilateral y a la reunión en general. ¿Por qué un gobierno autodefinido (según la ministra Vallejo) como socialdemócrata gasta energía en un ataque público y constante a un gobierno demócrata, es decir, afín?
¿Qué explica que un país que goza del programa Visa Waiver y un ventajoso TLC -incluyendo 1400 extraordinarias visas H1B1 reservadas anualmente para el empleo de trabajadores chilenos-, emplace a EEUU por supuesto maltrato, y le “exija” trato igualitario? La frase de Boric de que “hemos tenido muchos problemas… en parte por culpa de Estados Unidos” ¿qué evento concreto desde el retorno de la democracia en Chile en 1990 la justificaría?
Colofón del desaire chileno al anfitrión de la cumbre fue fustigar a EEUU por su “ausencia” en el esfuerzo oceánico promocionado en la cumbre, mientras John Kerry sonreía a dos puestos de distancia, seguramente recordando “Our Ocean”, la iniciativa internacional para la protección del océano coordinada hace 7 años en Santiago por el mismo Kerry, entonces Secretario de Estado de la administración Obama, en conjunto con su par Heraldo Muñoz, instancia que coronó la creación chilena de áreas marinas protegidas que abarcan 1,4 millones de km2 de territorio, marcando liderazgo global en el tema.
El error de Boric, que la delegación llamó “lapsus”, reflejó una actitud similar a aquella con que el mes pasado recibió en La Moneda a Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, cuando indicó que el gobierno reabría la negociación (ya cerrada bajo el gobierno anterior) por modernización del acuerdo de asociación con el bloque, a fin de poder “realizar política industrial”. Borrell disimuló su extrañeza, pero fue claro al señalar a la prensa nacional que la UE jamás le ha impedido a Chile desarrollar política industrial.
En este contexto, también es relevante la “consulta ciudadana” que el Subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales anunció el mes pasado “para legitimar la política comercial” – como si ésta fuera ilegítima (cosa que más tarde la Canciller debió minimizar). Y vienen también a la mente las declaraciones de representantes del equipo RREE de campaña de Boric, quienes en debates deslizaron que los tratados ratificados por Chile habían sido negociados a espaldas del pueblo o contra él. Como si Chile hubiese sido una contraparte débil y expoliada.
El problema entonces es que el lapsus de Boric no fue un lapsus — sino una ventana que permite ver lo que el Presidente y parte de su equipo realmente piensa.
Chile es percibido globalmente como un país extremadamente hábil a la hora de negociar: esto es un acervo nacional gestado a través de décadas, como demuestra su red de tratados de libre comercio (la más amplia del mundo), su integración a los foros internacionales de avanzada (como la OECD), el valorado expertise de los diplomáticos chilenos (a menudo requeridos para instruir sobre negociación a colegas de países más pequeños), y más recientemente, el rotundo éxito en la provisión de vacunas contra el COVID.
Esta misma narrativa, desarraigada del pasado, se desprende de la fanfarria con que se anuncia como novedoso el concepto de diplomacia “turquesa” (verde y azul). La ex Concertación (campaña de Yasna Provoste) decidió, en su momento, que lo correcto era empujar a futuro una política exterior “verde”, es decir, ambiental – porque la dimensión azul (oceánica) data al menos desde 1947 (con la proclamación de González Videla, e incluso antes, desde el gobierno de O’Higgins), alcanzando en ciertos aspectos liderazgo mundial.
La mirada ideológica que con insistencia permea las intervenciones del Presidente contradice los esfuerzos por tranquilizar tanto al sector privado nacional como a los inversionistas extranjeros. Además, es reflejo de que al interior de la coalición de gobierno existe una fractura importante respecto no sólo del futuro de las relaciones exteriores y la valoración de la historia de la diplomacia chilena, sino sobre el carácter de este gobierno. Una socialdemocracia moderna (basta mirar Europa) no gasta tiempo en recriminaciones hacia los socios.
En el actual contexto internacional, con una guerra en curso de enormes consecuencias para todo el orbe, el pragmatismo es imprescindible. En un escenario líquido, hay oportunidades para nuestro país que repentinamente podrían desaparecer. La disfunción en el manejo de la política exterior, entonces, no sólo puede acarrear daño reputacional.
Más de tres millones de empleos dependen directa e indirectamente de tratados ratificados por Chile. Ellos han contribuido a hacer de Chile una economía abierta y dinámica, y -pese a todos nuestros problemas- el país más desarrollado de América Latina.
Ser justos con la historia, y con los números, es un deber. No caben los lapsus, Presidente Boric.
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