Agosto 22, 2021

Sebastián Edwards: “El programa de Boric está repleto de ideas ingenuas que nos van a mandar por un desvío del que será difícil recuperarse”

Marcelo Soto
Crédito: Agencia Uno.

Economista, consultor internacional y escritor (ha publicado novelas y memorias), Sebastián Edwards es profesor en la Universidad de California, Los Angeles, donde vive. Doctorado en la U. de Chicago, autor de numerosos libros sobre economía, ahora prepara un volumen sobre “el fin del neoliberalismo” para la Princeton University Press. En esta entrevista, dice que Chile perdió el liderazgo, valora el papel de la Convención Constituyente y critica algunos planteamientos de Gabriel Boric y Sebastián Sichel.

-¿Sigue pesimista sobre el futuro de Chile?

-En 1923, don Miguel de Unamuno dijo: “Me duele España en el cogollo del corazón.” Hay días en los que a mí me duele Chile. Especialmente me duele Chile durante los viernes de violencia, durante los atentados y las muertes en la Araucanía, durante los días de populismo y tonterías en el Congreso; me duele Chile al ver la seguidilla de errores del gobierno. A veces es difícil ser optimista. Chile era un país que prometía tanto, y que hoy está atrapado entre un parlamento que ha perdido todo el pudor y que es incapaz de pensar más allá de las próximas elecciones, y un gobierno ineficaz y miope. Sumando y restando, sigo siendo pesimista. No veo a Chile retomando el liderazgo entre los países emergentes.

-En una publicación en Pro-Markets usted habló de “la paradoja neoliberal en Chile”. ¿En qué consiste?

-En términos generales, la gran paradoja es que, a pesar de que Chile era el líder indiscutido de América Latina -tanto en lo económico como en lo social-, se sumió en un malestar y en una infelicidad profunda. Chile fue uno de los tres países que más rápido redujeron la desigualdad a partir del 2000, y, al mismo tiempo, uno de los países donde más aumentó la percepción de inequidad. La paradoja es el choque entre los datos duros y las percepciones. Una explicación posible es que mientras los economistas se concentran exclusivamente en la distribución del ingreso monetario – medido por el famoso coeficiente Gini-, a las personas también les preocupa la “desigualdad relacional”. Esta tiene que ver con el trato, la dignidad, la discriminación, la exclusión, la invisibilidad. En Chile hay una gran desigualdad de este tipo, la que se refleja por el maltrato interpersonal y la segregación de las ciudades, entre otras cosas.

-En una columna reciente usted dijo que le parecía que la Convención Constitucional estaba haciendo una buena labor. ¿Sigue pensando así? La derecha dura lo criticó por ese juicio. ¿Qué le pareció?

-La Convención ha ido de menos a más. Me parece que están haciendo una buena labor, y que el espíritu dentro de ella es cada vez más positivo. Hay mayor proclividad a hablar, intercambiar puntos de vista, llegar a acuerdos. Hace un tiempo dije que sería el canal para la necesaria gran catarsis nacional.  Y ese es el rol que parece estar jugando. Una pregunta importante, sobre la que no tengo respuesta clara, es cuan frustrada se va a sentir la ciudadanía cuando constate que la nueva constitución no tiene casi ningún efecto sobre sus preocupaciones, ansiedades y miedos del día a día. Porque de eso no me cabe duda. La nueva constitución no va a cambiar el destino del país de un día para el otro. Tampoco de un año para otro. Respecto a la derecha dura, no sé lo que piensa ni lo que dijo. No sabría dónde leerlos.

-¿Cree que la nueva Constitución será un “árbol de pascuas” que paralizará al país, como plantean algunos analistas?

-Lo más probable es que sea una constitución razonable, equilibrada, con componentes modernos. No creo, como algunos, que vaya a ser una constitución aberrante. Me da la impresión – y espero no equivocarme- que no incorporará nostalgias oxidadas. La verdad es que el tema constitucional me preocupa mucho menos que el de la violencia, y el de los programas económicos de la izquierda. La calidad de vida de las personas en el día a día depende de las políticas públicas y, especialmente, de la política económica. Y como han dicho algunos colegas de CIEPLAN -René Cortazar e Ignacio Walker-, el programa de Gabriel Boric presenta muchas debilidades. Es un programa plagado de buenas intenciones, las que están acompañadas de propuestas que no van a funcionar; al contrario, propuestas del tipo “tiro por la culata.”.

-Hace unos años usted opinó que el Frente Amplio tenía tintes infantiles. Ya ha pasado un tiempo. ¿Han madurado? ¿Ve más solidez en sus planteamientos?

-Esa columna causó, para mi sorpresa, bastante polémica. Incluso, uno de los ideólogos del Frente Amplio, Carlos Ruiz, recurrió al lenguaje totalitario de los 1940 y 1950 para atacarme; me trató de “cosmopolita”, como si esa fuera una gran falta. Hay que recordar que ese era el epíteto que Hitler y Stalin usaron para silenciar a sus adversarios y mandarlos a campos de concentración. Repito: el programa económico de Gabriel Boric, está lleno de buenas intenciones, y repleto de ideas un poquito ingenuas que nos van a mandar por un desvío del que será difícil recuperarse.

-¿Algunos ejemplos concretos?

-Podría dar una multitud de ejemplos. Hablan de aumentar la inversión, especialmente la asociada a mayor y mejor tecnología, vía investigación y desarrollo. Desde luego, nadie está en contra de ese objetivo; es una muy buena intención. Pero, en seguida hablan de revisar todos los Tratados Bilaterales de Inversión. Si eso se hiciera, los flujos de inversión extranjera se reducirían fuertemente, a un mero goteo. Para las compañías internacionales poder recurrir, en caso de disputas, a arbitrajes en el CIADI u otras entidades, es esencial en el momento de invertir en un país emergente. Además, hay que recordar que Chile ha usado esos tratados para defenderse del trato discriminatorio a sus inversiones en otros países. Deshacerse de estos tratados es una pésima idea.

-¿Y la idea de Boric de que las empresas grandes tengan 50% de trabajadores en los directorios?

-Otra idea nacida de buenas intenciones, pero que se lanza sin pensar seriamente en sus efectos, especialmente sus efectos sobre la inversión. Hace unos días hubo un intercambio público sobre el tema entre René Cortázar, que es crítico de la iniciativa, y Nicolás Grau del comando de Gabriel Boric. El colega Grau hizo un buen esfuerzo por rebatir a Cortázar. Fue cortés y no usó adjetivos descalificadores, pero fue poco convincente. Su argumento está construido, esencialmente, sobre la base de un artículo académico publicado recientemente en la revista Quarterly Journal of Economics. El citado paper usa la experiencia de un solo país, Alemania, en una sola instancia –antes y después de 1994– y se centra, especialmente, en el comportamiento de los salarios. Pero lo que los economistas del Frente Amplio no aquilatan es que Alemania es un caso único. Para empezar, el experimento se ubica en un momento histórico muy especial –la reunificación alemana-, y lo que se buscaba era, precisamente, lo contrario a lo planteado por el Frente Amplio.

-Se habla de la necesidad de un nuevo contrato social. ¿Cuáles serían las bases de ese acuerdo? ¿Cuáles los grandes temas de discusión para lograrlo?

-El gran tema de Chile es el de los impuestos. ¿De dónde se van a sacar los recursos necesarios para cubrir las nuevas exigencias sociales? Está pasando algo interesante. Como políticamente es muy difícil cobrarle impuestos a la clase media, varios políticos están pensando en disfrazarlos de otra cosa, y cobrarlos igual. Eso es, por ejemplo, lo que contienen varias de las propuestas de reformas de pensiones que se basan en un ente público y cuentas nocionales. En este esquema las nuevas contribuciones, las que irían al ente público, no son otra cosa que un impuesto al trabajo. Pero las llaman “contribuciones” para no generar el rechazo de la población. No sé si con esto van a zafar.

-Sichel es partidario de una pensión básica universal equivalente a la línea de pobreza. Plantea destinar 6% de cotización extra a cargo del empleador y otro aporte adicional para seguros.  ¿Crees que son suficientes estas modificaciones o es necesario apuntar más alto?

-Es curioso que la gente no haya tomado más en serio lo de una Pensión Básica Universal (PBU). En vez de abrazar la idea, el gobierno está fomentando una ampliación del pilar solidario, manteniendo todos sus problemas, burocracias, deficiencias y limitaciones. Una PBU de 180 mil pesos, pareja, duplicaría las pensiones de la mayoría de quienes tienen menos de 10 años de contribuciones. Sí, las aumentaría al doble. La gran mayoría de esas personas son mujeres. No ha habido nunca en Chile una política más redistributiva.

-El mismo Sichel postula “el fin al actual modelo de AFP”, con libertad para que cada persona elija qué entidad pública o privada administre su plan de pensión. ¿Es populismo o una muestra de realismo plantear el fin de las AFP?

-El profesor Roberto Álvarez de la FEN hizo el planteamiento correcto. Démosle a los trabajadores la libertad para que elijan quién administra sus ahorros: un ente estatal con cuentas nocionales, una AFP tradicional, o una AFP estatal. Elección y libre movilidad. Por libre movilidad quiero decir que los trabajadores puedan mover sus ahorros de un modelo a otro. ¿Por qué no? ¿Por qué siguen los políticos teniéndole miedo a la gente? Si las AFP son tan terribles como se dice, terminarían sin ningún afiliado, y morirían de muerte natural.

– ¿Le preocupa la inflación?

-Sí. Bastante.

-Usted salió de Chile hace más de cuarenta años, pero ha seguido muy de cerca lo que sucede en el país. Cuando reflexiona sobre Chile, ¿cuáles son las preguntas que lo obsesionan?

-A mí me interesa entender “Quién perdió a Chile”. Quiénes tienen la mayor responsabilidad de que en algún momento la trayectoria que llevábamos como país se haya descarrilado, y que termináramos poniendo en riesgo un futuro esplendor. Creo que a la derecha le cabe una gran dosis de responsabilidad muy importante. La derecha no entendió una ley básica de economía: la ley de rendimientos decrecientes. Si hubieran entendido, se hubieran dado cuenta que el modelo, que era una joya en los 90, iba perdiendo fuerza y debilitándose con el paso del tiempo. Iba teniendo rendimientos cada vez más bajos. Se requería de cambios profundos, dentro de un esquema de capitalismo moderno. Pero no quisieron o no pudieron hacerlos. Les faltó olfato, les faltó capacidad de observación, les faltó calle e inteligencia.

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