Un salto político. En menos de un mes Paula Narváez pasó de ser una ex funcionaria de la Nueva Mayoría a la persona con mejores prospectivas de ganar la nominación de Unidad Constituyente para la elección presidencial de 2021. A pesar de no haber marcado ninguna sola vez en las encuestas de opinión pública, hoy es quien concita mayor atención y reúne más apoyo entre los principales tomadores de decisión de la coalición. Hay varios factores que explican el salto.
- Uno tiene que ver con su trayectoria laboral. Como todos los demás candidatos contra quienes compite por la nominación (salvo uno, Jorge Tarud), trabajó como secretaria de Estado para Michelle Bachelet. Es decir, de cierto modo, el simple hecho de haber estado en el gabinete le da una ventaja por sobre todos aquellos que no estuvieron.
- Otro factor es lo que la diferencia de los demás. En comparación a sus contrincantes (Heraldo Muñoz, Francisco Vidal, Carlos Maldonado y Ximena Rincón), ella es quien más se asimila en términos políticos y personales a Bachelet. Al igual que la expresidenta, Narváez no solo es militante socialista, sino que además posee un estilo de liderazgo horizontal que le permite acercarse a la ciudadanía sin sobreesforzarse demasiado.
La más parecida entre los más parecidos. Lo anterior le da una ventaja relativa sobre los otros, que a todas luces parecen ser y ofrecer más de lo mismo. Y a pesar de que Narváez, al igual que ellos, ha sido una militante disciplinada a lo largo de toda su vida política, su ascendencia bacheletista es lo que le permite escapar de cualquier simplificación inoportuna. Ser la más parecida a Bachelet, entre los más parecidos a Bachelet, es lo que hasta el momento más le ha servido para instalarse en la carrera.
- No marcar en las encuestas, a esta altura, no necesariamente es un problema. Pues, si bien Narváez no ha logrado superar el margen de error en ningún sondeo, tampoco lo han hecho sus contrincantes, que llevan significativamente más tiempo buscando conseguir la nominación. Lo que sí sería un problema, sería no tener el endoso de los líderes de su sector. Pero, como ya se ha anunciado a los cuatro vientos, eso no es un problema.
- Narváez no solo tiene el visto bueno de Bachelet, sino que también cuenta con el endoso de todos los senadores y diputados del PS, el partido más grande de la coalición. Esto se contrasta fuertemente con la realidad de los otros candidatos, que se han tenido que desdoblar para conseguir endosos en sus propios partidos. En total, Narváez ha obtenido 26 endosos de figuras de primera línea. Más que cualquier otro candidato en carrera, incluso los de derecha.
Primer dilema: el dedazo. Todo eso no implica que tiene el camino despejado. Por lo pronto, deberá justificar su nominación. Haber saltado de la cola a la cabeza de la carrera presidencial entre gallos y medianoche tiene poco que ver con su mérito personal y mucho con el endoso de Bachelet. Es ingenuo pensar en un ascenso sin la intervención de la expresidenta.
- El método de selección de Narváez existe en oposición a la norma política de su sector, la primaria. Pero el principal problema no es moral, como han acusado varios de sus críticos. El principal problema hasta el momento es que solo ha justificado por qué es candidata. No ha explicado por qué quiere ser presidenta.
- Algunos han sugerido que la postulación de Narváez se asemeja más a la primera candidatura de Bachelet (2005) que a la segunda (2017). En rigor, no es el caso. En la primera, Bachelet tuvo que ganar varios gallitos políticos. En la segunda, simplemente llegó a probarse la corona. Hasta el momento, Narváez no ha ganado ningún gallito político, pero ya se está probando la corona. No es que no se merece la nominación. Es que debe probar que se merece la nominación.
Segundo dilema: la continuidad. Narváez ha manifestado su intención de competir en las primarias legales del sector, lo que debiese resolver parte de lo anterior. Pero si gana esa primaria, seguirá siendo la elegida de Bachelet. Haber sido nombrada a dedo es un fantasma que la perseguirá por el resto del ciclo electoral. Aquello representa un segundo dilema: cómo despegarse del legado de la expresidenta.
- El problema de Narváez es cómo ofrecer una alternativa al segundo gobierno de Bachelet, sin ofrecer el segundo gobierno de Bachelet. Y quizás más difícil aún, cómo hacerlo sin apostatar a su exjefa y actual promotora. Si la crítica de la ciudadanía es que los últimos treinta años son el problema, eso inevitablemente incluye los ocho de Bachelet. Por lo mismo, cómo la candidata esquiva la bala, sin ser excesivamente pasiva ni demasiado crítica, es una incógnita.
- Narváez tendrá que caminar la fina línea entre el autoflagelo y la autocomplacencia. Tendrá que admitir que los gobiernos anteriores no fueron suficientemente progresistas, pero sin pasar a llevar a Bachelet. Y al mismo tiempo apelar al electorado de centro moderado que privilegia estabilidad por sobre todo, pero sin alienar a los votantes que se declaran de izquierda.
Tercer dilema: la ambigüedad. Si Narváez no se traslada suficientemente a la izquierda, arriesga perder terreno contra Daniel Jadue, el candidato de la oposición hasta ahora más competitivo. Si no se traslada suficientemente al centro, arriesga perder el apoyo de la DC, que, pese a su mal momento, aún tiene la capacidad de movilizar a un electorado relevante. Si hace ambos, arriesga ser ambigua.
- Narváez ya ha dado señales de ambigüedad. En el discurso en que manifestó su intención de competir, habló paralelamente de “social democracia” y de “socialismo democrático”. Esto tiene un problema. La estrategia ambigua es solo útil para candidatos que compiten sin competencia en primera vuelta, o candidatos que compiten en segunda vuelta.
- En estos momentos, su principal competencia es Jadue, que no solo lleva la ventaja en las encuestas, sino que además puede ser crítico y consistente a la vez. Si Narváez no afina un mensaje claro, y fideliza el voto en la centroizquierda antes de ir por el voto en la izquierda, no solamente arriesga incentivar una carrera de dos izquierdas en primera vuelta, sino que además atrincherarse en la indecisión. Quién mucho abarca, poco aprieta.