El Narciso requiere que otros lo valoren como alguien superior. Que tengan una imagen engrandecida de él. Por eso, no resulta extraño ver este rasgo plasmado en varios candidatos políticos ¿Existe acaso un mayor reconocimiento que ser ”el elegido”?
Pero mal de muchos es consuelo de tontos, dicen, así que no basta con determinar la presencia de rasgos narcisos en la mayoría de los elencos políticos. En efecto, aunque muchos comparten el rasgo, no todos lo portan con la misma intensidad y -lo que resulta políticamente aún más interesante- no todos consiguen hacer de su narcisismo un activo electoral.
El Narciso se mira constantemente a sí mismo, pero ese espejo en el cual se observa emite a veces un destello que encandila a muchos. Un ejemplo de manual es Donald Trump, quien convirtió desde la política internacional hasta la pandemia en un asunto personal. Y es lógico, dado que el Narciso solo se ve a si mismo, todos los temas tienen que ver con él y desde la perspectiva de la oferta política, todos los asuntos se resuelven por una cuestión de mera actitud.
En Chile, los candidatos actualmente en competencia muestran su narcisismo cada tanto: lo hace Yasna Provoste cuando nos dice “yo he ganado elecciones” o cuando sostiene que “no ha visto” a su contendora. Como buena Narcisa, se valida mediante la auto referencia e ignorando a otros. También lo hace José Antonio Kast cuando asegura “soy el que dice la verdad”, recordándonos nítidamente que para el Narciso la verdad se halla en el reflejo de su imagen.
Pero sin duda, quienes se disputan la delantera del narcisómetro local son Daniel Jadue y Sebastián Sichel. Son ellos dos los que mejor encarnan esa compulsión por llevar agua a su molino en todo momento y lo hacen porque, como es obvio, siempre todo se trata de ellos.
Porque, por ejemplo, mucho se ha dicho sobre el carácter censor de la Ley de Medios de Jadue y es cierto, se trata de un intento grosero por censurar la libertad de expresión, pero ¿no es acaso también una forma de controlar lo que se diga de él? Seguramente, pues al depender de la aprobación de otros, los narcisos se ven tentados a efectuar toda clase de intentos para sostener el castillo de naipes que han montado.
Ese rasgo del Narciso los lleva a tratar de controlar en exceso su entorno y también los expone a la invasión de ideas persecutorias, como las expresadas por Jadue con ocasión de la pandemia, la que llegó a tildar de“ guerra bacteriológica” tras la cual debía haber “gente produciendo enfermedades para generar daño”.
En el caso de Sebastián Sichel el narcisismo opera de forma distinta. Para protegerse del juicio externo tiende a victimizarse como una forma de generar empatía en otros. Pero hacerse la víctima, no equivale a ser víctima. La víctima comúnmente no habla de su mala experiencia, en cambio, el victimizado, suele hacerlo de forma reiterativa y en público.
El candidato Sichel ha construido cuidadosamente una historia donde él interpreta el rol protagónico de víctima. En su infancia fue víctima de su familia, en su época universitaria fue víctimia de los estudiantes acomodados, en la DC fue víctima de Claudio Orrego, en Ciudadanos fue víctima de Andrés Velasco y en el gabinete fue víctima de sus colegas ministros.
De acuerdo al psicoanalista Luciano Lutereau “la instrumentalización del papel de víctima no se valida únicamente con enunciarlo, hay que además contar con los elementos de referencia social para así resultar creíble”. Sichel no se quedó atrás y lanzó un libro autobiográfico. Ahora, como un buen Narciso, detrás de estos intentos de victimización existe la velada intención de minimizar a quienes le rodean, pues siguiendo a Lutereau “lo paradójico es que esta usurpación puede hacer de quien se victimiza un victimario”.
Ahora, uno de los rasgos más distintivos de los narcisos es que, en su afán de estar a la altura de su idealización, se ven tentados a ofrecer más de lo que realmente pueden entregar. Por eso, suelen contradecirse entre lo que dicen y lo que hacen. Como le sucede a Daniel Jadue cuando dice que el derecho de vivienda está por sobre el de propiedad, pero en realidad su partido desaloja a quienes ocupan ilegalmente sus propiedades.
Son estas contradicciones las que en las últimas semanas le han permitido a Daniel Jadue tomarse la agenda. Dijo que la Universidad de Concepción “produce Interferón y lo ha propuesto como medicamento para fortalecer el sistema inmune”, pero la Universidad tuvo que salir a desmentirlo; dijo haber duplicado las matrículas escolares en Recoleta, pero en realidad aumentaron un 21%; dijo que fue uno de los impulsores del acuerdo por una nueva Constitución, pero en realidad fue un enérgico opositor; dijo que respetaría el resultado del plebiscito, pero ahora quiere cambiar la regla de ⅔ por el cual votó una inmensa mayoría de chilenos.
No se sorprendan si siguen esperando las disculpas del candidato del PC, pues esta clase de narcisos, cuando son descubiertos en sus incongruencias, no se detienen a reflexionar y corregirse, sino que siguen adelante, como si nada hubiese pasado. Al ser tan dependientes de lo que otros opinan de él, evitan disculparse, pues sería caer en desgracia frente a los ojos del resto y pondrían en tensión su hipertrofiada autoimagen.
Es común que estas personalidades narcisistas transgredan en algún grado la ley, ya que, al sentirse superiores, ésta no aplica para ellos; pero también porque no les queda más salida que alterar las normas con el fin de sostener su posición de relevancia. De hecho, al ser acusados, este tipo de personalidades tienden a ver intencionalidad en la acusación mucho antes que actos inapropiados de su parte. Basta para ello mirar el caso luminarias, en el que Jadue está imputado y que a sus ojos no ha dejado nunca de ser una operación política en su contra: víctima a la vez que inmaculado.
Las personalidades narcisistas tienden al despotismo y pueden derivar en autócratas o dictadores. Están tan hinchados de autoestima que logran elevarse y situarse sobre el resto, a quienes miran con un aire de superioridad moral. Este es su lado problemático, ya que encierra una amenaza a la libertad de quienes ven la vida de forma diferente a ellos, pues si son fieles a sus pulsiones entonces no tendrán más remedio que limitar el poder de quienes les rodean con el fin de aumentar el suyo.
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