El ex canciller mexicano (2000-2003) y autor de emblemáticos libros como La utopía desarmada (1995, sobre la izquierda latinoamericana) y La vida en rojo (1997, una biografía del Che Guevara), considera que los atentados contra la estatua de Baquedano no van en la misma línea de los ataques a monumentos en otros países, como en Estados Unidos. “No le veo el referente histórico”, sostiene.
¿Qué opinión tiene de las protestas que estallaron en Chile en octubre de 2019?
La protesta fue contra muchas cosas revueltas, con muchos factores, no creo que sea muy fácil aislar uno. Pero creo que lo fundamental es que sí había una especie de hartazgo con un sistema económico y social, pero también político, que no terminaba por satisfacer las nuevas aspiraciones de los sectores que justamente se había beneficiado de ese sistema, pero no se sentían del todo satisfechos.
El tema es que, quizá aplacados por la pandemia, ese malestar y las protestas se mantienen.
Eso no puede durar demasiado tiempo, en ningún país del mundo. Sea en el Mayo 68 francés o en las movilizaciones en Brasil contra la corrupción o las movilizaciones en otros países en determinados momentos, ese tipo de movilización, por distintas razones, desde las vacaciones universitarias hasta la necesidad de la gente de trabajar, hasta el cansancio, se agotan.
Fruto de ese estallido es que en menos de un mes se elegirá una convención para redactar una nueva Constitución. ¿Cómo lo ve?
Lo interesante en el caso de Chile es que se decidió darle un cauce institucional a esas movilizaciones, a sabiendas de que no podían durar eternamente. Puede haber rebrotes de vez en cuando, pero el principio es válido: eso no dura una eternidad. El darle ese cauce institucional, que es la Constituyente y la Constitución que de ahí salga, me pareció una muy buena idea, muy original, innovadora y realista. Tanto por parte de Piñera, que no le apostó a que podía ahogar la movilización entre represión y cansancio, y la izquierda o la calle, que aceptaron que no podía durar eternamente.
¿Qué puede salir de ahí?
Si de ahí va a salir algo realmente diferente y nuevo o no, pues dependerá del resultado de la elección, del trabajo que hagan los constituyentes y, al final, de la responsabilidad de la clase política chilena. Los riesgos los señala hoy The Economist: o bien la derecha tratará de usar un posible buen resultado gracias a la vacunación y decir que ya no hay necesidad de reformar nada, en cuyo caso solo estarán dilatando algún nuevo brote en algún momento, o la izquierda podría buscar demasiado y en ese caso obtendrá una lista para Santa Claus en la Constitución, o tendrá una Constitución irrealistamente aspiracional, un poco a la mexicana o a la brasileña.
¿Qué diagnóstico hace de la situación de la izquierda en Chile, donde hay grupos, como el Frente Amplio, que rompió con la centroizquierda que estuvo en el poder gran parte de estos años en democracia?
En Chile siempre ha habido una izquierda amplia, democrática, moderada, y también ha habido siempre lo que antes se llamaba una extrema izquierda o ultraizquierda. Siempre ha existido eso en Chile y ahora existe también. Todo eso es absolutamente natural. El problema es cómo encausarlo. Esas protestas que se ubican a la izquierda de la izquierda tradicional tienen pocas posibilidades de desembocar en algo institucional, en conquistas reales, porque por definición son consignas, aspiraciones e ideales abstractos en buena medida irreales. No por eso menos respetables, menos admirables en muchos casos, pero irreales. Y esto va a afectar a ese sector. Veremos cómo les va en las elecciones, pero me da la impresión de que van a tener una representación bastante pequeña en la Constituyente.
¿Hay una nueva ola destrucción de estatuas? Lo hemos visto en Estados Unidos y ahora en Chile, entre otras en contra de la del general Manuel Baquedano, en Santiago.
Por lo que sé de historia de Chile, el general Baquedano no parece ser merecedor de ser pintarrajeado o suprimido por lo que hizo, lo que dijo o como vivió, sino porque simplemente está en la plaza y se acabó. Lo que es real es que este movimiento existe, sobre todo en Estados Unidos. En mi reciente libro Estados Unidos, en la intimidad y a la distancia (2020) hablo mucho del fenómeno de las estatuas y de los nombres de las instituciones y de las personalidades homenajeadas que de repente dejaron de ser aceptables, sobre todo por el tema de la esclavitud y en menor medida por el genocidio contra los pueblos originarios en Estados Unidos, y en menor medida por el tema de la conquista española en lo que llegaron a ser territorios mexicanos.
En EEUU también se destruyeron estatuas de Cristóbal Colón. Quizá Colón es como Baquedano. Más que el personaje en sí, los ataques contras sus estatuas son por lo que simbolizan, la carga institucional, militar…
Y porque se da la casualidad de que la estatua está en la principal avenida de la ciudad. Si hubiese una estatua de (Hernán) Cortés ahí, como lo hay de (Francisco) Pizarro en Lima, pues a lo mejor esa ya la hubieran tirado hace mucho tiempo. En México, en su sabiduría, no hay ninguna estatua de Cortés en ninguna parte, hay solo cuatro referencias a Cortés.
Con citas del ex Presidente Sebastián Piñera apelando a la unidad y con una intervención de Cecilia Morel, recordando el anhelo de él de una alianza amplia, desde Chile Vamos a Demócratas, Amarillos y el PDG, la noche de este miércoles se homenajeó a Piñera a un mes de su muerte.
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