-El 29 de agosto de 1973, las federaciones de estudiantes de la UC y la UCV pidieron la renuncia de Allende para iniciar un proceso constitucional. La declaración la redactó Jaime Guzmán. ¿Cuál es tu opinión sobre esta propuesta?
-Esa declaración es fundamental para entender la dinámica del proceso político entonces. Muestra cuál era la situación crítica del país y el diagnóstico de los gremialistas liderados por Jaime Guzmán, quien se transformaría después en un actor clave. Plantea dos ideas relevantes:
Primero, que importantes actores de la oposición social a la UP creían que ya antes del 11 de septiembre la institucionalidad chilena se había quebrado definitivamente. Hay que leer esa declaración junto al Acuerdo de la Cámara de Diputados del 22 de agosto, que enumeró cómo el gobierno de Allende había quebrado el orden legal y constitucional de la República. Se observa una confluencia de la oposición política y social que puso en jaque al gobierno. A ese poder político y social se terminó por sumar el militar, que sería fatal para el destino de la UP.
La segunda idea es que los gremialistas plantean que para salir de la crisis Chile necesitaba una nueva institucionalidad democrática. No se requería parchar, reformar o restablecer la democracia anterior, sino formular un nuevo proyecto que recogiera el aprendizaje de las últimas décadas. Esa fue la tesis política que siguieron más tarde los militares en el poder: en lugar de restablecer la vieja democracia, había que formar una nueva institucionalidad. Con esto, terminó por imponerse la tesis de Guzmán.
-Quedan menos de dos meses para los 50 años del golpe. ¿Qué piensas de la salida de Patricio Fernández como delegado presidencial? ¿Fue un triunfo del PC?
-Muestra una profunda fractura en cómo la izquierda ha asumido su propio pasado. Por un lado, hay una izquierda dispuesta a revisitar el pasado, abrir el debate y reflexionar sobre cómo nuestra historia puede enriquecer la democracia y el futuro. Hay otra izquierda que no solo tiene su propia versión de la historia, sino que además quiere convertir esa versión en hegemónica.
La pugna entre Patricio Fernández y el PC es una muestra de esa fractura. Me parece que en Fernández había un genuino ánimo dialogante, muchas veces dijo que no perseguía imponer una historia oficial. Inmediatamente la gran familia del PC presionó al gobierno y lo sacó del camino.
Quizás me aventuro en esto, pero creo que el tiempo le dará la razón a Fernández, porque sobre el 11 de septiembre no solo hay memorias diversas, sino también interpretaciones históricas que merecen entrar más en contacto.
-¿Esta efeméride incomoda a la derecha? ¿De qué manera Chile Vamos y Republicanos debería afrontarla? ¿Falta un mea culpa tal como lo hizo el socialismo renovado?
-Hasta el momento la efeméride ha incomodado más al oficialismo que a la derecha, que más bien ha tomado palco. Mi impresión es que en la derecha hay dos consensos, uno sobre la crítica al gobierno de la Unidad Popular y otro en la condena a la violación de derechos humanos. Donde hay distintas miradas es en la legitimidad del 11 de septiembre. Es un disenso que además expresa lo que pasa en las bases de esos partidos y que comprueba la diversidad de aproximaciones. Por lo mismo, creo que no harán de esa diferencia una gran polémica.
Más que un mea culpa y más allá de las recriminaciones entre izquierda y derecha, me parece que hace falta en todos los sectores políticos una reflexión honesta sobre las condiciones que llevaron a Chile a ser un país dividido a tal extremo que los adversarios políticos pasaron a ser enemigos existenciales. Creo que ese es el gran desafío para todos los sectores y a la vez el gran ausente en el debate actual.
-Para Aylwin en la UP había facciones democráticas y otras revolucionarias, pero las dos querían una dictadura del proletariado. ¿De qué manera afectó eso a la convivencia nacional y apuró el golpe?
-En la década de los 60 todo el arco de la izquierda chilena experimentó un proceso de leninización ideológica, lo que entró en permanente tensión con la vía chilena. Se usaban los conceptos de Lenin para comprender la realidad y las características del proceso revolucionario: “democracia burguesa”, “inevitabilidad de la violencia revolucionaria”, la necesidad de generar una “correlación de fuerzas”. Si la violencia revolucionaria era inevitable, como decía Lenin ¿qué sentido tenía una transición pacífica al socialismo? En ese laberinto ideológico se enredó la UP en sus tres años de gobierno.
Un factor que afectó la convivencia fue que una porción importante de la población sintió que la Unidad Popular amenazaba las bases de la convivencia social. Que para cumplir la promesa de la igualdad, había que sacrificar principios básicos como la libertad de expresión, la propiedad privada, la libertad de enseñanza. La oposición social a la UP, el movimiento de mujeres, de estudiantes y diversos gremios canalizaron ese descontento.
-En los 80 el socialismo hizo una autocrítica bastante profunda. ¿Qué lecciones pueden sacarse de ella?
-La trayectoria del Partido Socialista es un ejemplo de aprendizaje político. Muestra que es posible pasar de la ortodoxia marxista-leninista a un modelo de socialdemocracia. En lo político, ese proceso de autocrítica tuvo tres elementos clave: la valoración de la democracia representativa, el rechazo de la violencia política y la preferencia por los mecanismos institucionales. Me parece que esos tres elementos podrían servir hoy para un “consenso mínimo” al interior del oficialismo.
-¿La nueva izquierda, es decir el Frente Amplio, del que forma parte el Presidente Gabriel Boric, aprendió sobre los errores de la UP?
-El error más importante del cual el Frente Amplio no tomó nota fue esa voluntad de realizar “grandes transformaciones”, pero sin contar con mayoría política y social. Sin embargo, Boric no es Allende y su gobierno no tiene ni un décimo de la épica y capacidad de movilización de la Unidad Popular. Allende era capaz de convocar a una marcha a favor del gobierno y llenar “las grandes Alamedas”. No estoy seguro si Boric se arriesgaría a hacer algo parecido.
-¿Republicanos reivindica el legado del golpe, la institucionalidad que dio vida al Chile actual y que prefiguró Jaime Guzmán? ¿Ha habido una maduración en ese sentido?
-Me parece que el Partido Republicano es heredero del proyecto político del gremialismo en dos sentidos. Por una parte, reivindica el ideario “conservador-liberal” en que convergen principios como la dignidad humana, el sentido cristiano de la libertad, la subsidiariedad y una valoración positiva del libre mercado, que estaban en el núcleo del proyecto político original del régimen militar. También hay un estilo que los llama a resistir las revoluciones y que los hizo desde un principio críticos del estallido social y del octubrismo. Estos rasgos de identidad se complementan con la agenda de las “urgencias sociales” que le han permitido construir una alternativa incluso dentro de la derecha.
Con citas del ex Presidente Sebastián Piñera apelando a la unidad y con una intervención de Cecilia Morel, recordando el anhelo de él de una alianza amplia, desde Chile Vamos a Demócratas, Amarillos y el PDG, la noche de este miércoles se homenajeó a Piñera a un mes de su muerte.
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