Todavía faltan semanas para el 11 de septiembre, pero es fácil vaticinar que la conmemoración de los 50 años del golpe va a ser un desastre al menos parcial. Un desastre total, diría sin dudarlo, si la política nacional de búsqueda no temperara mi juicio. Una decepción para los que sufrimos en distintos grados el dolor que empezó ese día y siguió muchos días más. Una derrota para los que sin participar de ese dolor quisieran comprender donde nació, y cómo lograr que no vuelva. Un desperdicio, finalmente, para la sociedad chilena entera, dividida como hace muchas décadas que no lo estaba, hundida en un loop más histérico que histórico que deja como nunca indiferente a los que no son parte directamente interesada del debate.
Hay muchos responsables del actual estado de las cosas, pero no se puede a esta altura esquivar que el peso mayor del fracaso reside en el Presidente de la República misma. Llamar cobarde a un suicida, cobarde por muchas más cosas, pero no exactamente esa, es la coronación de una serie de gestos equívocos. Como si no supiera que calificar un suicidio en estas fechas es lo que no se debe hacer.
Así, un día el Presidente manda a leer el Allende de Daniel Mansuy, muy buen libro, por cierto, pero no exactamente frenteamplista. Otro día fustiga a la derecha por ser radicalmente antidemocrática, para pedir luego llegar a un acuerdo nacional, justo el día después de condecorar al juez Garzón.
Todas esas y más contradicciones por venir confirman el quizás sea el defecto central del carácter del mandatario: La necesidad de siempre ser el bueno de la película. O más bien la incapacidad de ser el malo, o el más o menos, el que dice que no, el que dice que no sabe, el que dice que lo está pensando.
Aylwinista, Freista, Allendista e incendiario cuando le ponen un megáfono delante, feminista con las mujeres, zorrón con sus amigos zorrones, logró unir como pocas veces a la derecha en torno a su peor encarnación: los republicanos. Mientras, dejaba el monopolio de la memoria al reflejo contrario de ese republicanismo: el ala jaduista del Partido Comunista.
Así, los que llamaron a todo y cualquier cosa “negacionismo”, consiguieron que éste saliera de su cueva. ¿Cómo devolverla a ella? Es algo en que nadie parece haber pensado.
El deber de arbitrar entre el olvido, la memoria y el duelo es en nuestro sistema democrático atribución del Presidente de la República, representante de la continuidad de la historia del país. Es algo que hasta Sebastián Piñera entendió.
Es ingenuo pensar que el “nunca más” tenga sentido mientras romper con la democracia sea más barato y fácil que defenderla. Recordar el costo no solo moral de ese coqueteo con el abismo es la tarea que le queda al Jefe de Estado. Es la lección que se puede sacar de Allende, que eligió finalmente entre él y él mismo, el otro y ser el presidente de todos los chilenos, que fue justamente lo que equivocadamente se negó a declarar al asumir el gobierno. Un error que está en el centro de la reflexión, tan atingente hoy, que emprendió la renovación socialista.
Las tragedias son tan inevitables como lo son sus parodias. Claro que en sus parodias ni la sangre ni las lágrimas son de verdad.
No hay posibilidad de golpe militar en Chile, porque no hay militares que quieran emprender ese golpe, ni civiles que los secunden. No hay tampoco posibilidad de revolución con empanada y vino tinto, porque no hay militantes para ello, y los que hay son veganos o abstemios (o peor, piscoleros).
En gran parte el liderazgo de Boric se basó en ofrecernos lo mejor de la UP, su entusiasmo, sus canciones, su juventud, sin lo que la historia juzgó mal: el dogmatismo, las tomas, la revolución. El proceso constituyente nos hizo ver que era justamente ese lado que creíamos virtuoso de la UP, la inexperiencia, “la buena onda”, el que más detestábamos. Pero también detestamos su contrario. Emprendemos el difícil récord de rechazar dos proyectos constitucionales más la constitución vigente.
Todo el proceso demuestra una alergia a la complejidad que es justamente lo único que nos puede ayudar a comprender a la UP, como también el golpe y la dictadura. Pero, como el Presidente, queremos ante todo pertenecer, no preguntar, no discutir. Gritar sí, insultar también, pero discutir no.
La invitación a conversar que el Presidente intentó primero para abandonar después nos hace ver la pasmosa falta de vocabulario que nos aqueja. Las palabras que usamos son ajenas, como lo es en gran parte nuestra historia. Entre lo que sabemos y no queremos saber, y lo que nunca sabremos porque exige un esfuerzo saberlo, preferimos quedarnos con el dolor de condolerse y el placer de infligir dolor a otros. Los adultos llamados a sacarnos los traumas de nuestra infancia rota, han preferido volver a sus propios traumas o pasar de largo el duelo e irse directo al olvido. Total después llega el 18, la cueca, la cumbia y lo comido y lo bailado no te lo quita nadie.
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