Corren vientos de cambios profundos en nuestra sociedad en el ámbito político, social, generacional y sobre todo cultural.
La representación gráfica del advenimiento de los nuevos tiempos está reflejada en dos fotografías oficiales que subió a las redes sociales el ex ministro de RREE Juan Gabriel Valdés: Una, del primer gabinete de Patricio Aylwin, tomada en Cerro Castillo en 1990, donde priman la solemnidad rígida y formal, el predominio masculino, personajes conocidos, militantes de partidos, en el umbral de edad adulta; la otra, totalmente distinta, del anuncio del gabinete de Gabriel Boric en Quinta Normal, informal, sin terno ni corbata, dominada por la nueva generación, caras nuevas, multicultural, diversa y feminista.
Una imagen vale más que mil palabras. El aplastante triunfo de Boric impulsado por electores jóvenes que salieron a votar por primera vez en la segunda vuelta y las características del nuevo gabinete evidencian que hay una “revolución cultural” en curso, que está cambiando la identidad del país y que tiene su propio lenguaje, desconocido para la mayoría y sin el cual resulta difícil desenvolverse en la sociedad; cuyo “Apex” será la entrada en vigencia de la nueva constitución que plasmará en norma jurídica de la mayor jerarquía esta nueva realidad socio cultural.
Términos como inclusivo, perspectiva de género, todas todos y todes, no binario, territorios, plurinacional, pluriculturalismo, diversidades, patriarcado, extractivismo, decrecimiento, derechos de la naturaleza, perspectiva de cuidados, pueblos originarios, presidencialismo asimétrico, nación mapuche, son parte del nuevo léxico, que si no se maneja da paso a un ostracismo parecido al que produce el llamado analfabetismo digital.
Una adecuada comprensión del impacto de los cambios culturales en la sociedad es fundamental para analizar y entender el histórico triunfo del “progresismo”, la solidez de su posición y la fortaleza del gobierno de Boric.
Uso el término progresismo a propósito porque creo que trasciende a las izquierdas tradicionales, a sus perspectivas ideológicas, sus programas de gobierno y sus partidos. Es la adhesión al cambio cultural lo que los une y hace posible que Boric haya podido expandir su coalición incorporando a todos los partidos opositores al actual gobierno (salvo la DC).
La lucha por la hegemonía cultural es un fenómeno mundial y en Estados Unidos ganar “the cultural war” es el objetivo de la derecha. Temas como el aborto, la libertad individual, la relación estado-religión, el derecho de los padres a decidir lo que se les enseña a sus hijos en las escuelas públicas, el derecho a no vacunarse o usar mascarilla son los temas del día.
Por eso la apuesta de la derecha con José Antonio Kast fue tan equivocada y resultó tan desastrosa. Parece mentira que hayan estado tan ciegos y sordos, tan de espaldas al sentir de la mayoría. En un país que se ha liberalizado tanto en sus costumbres como en sus enfoques éticos y morales, un candidato ultraconservador no tenía nada que hacer, salvo daño.
El Partido Comunista en cambio, entendió hace rato que la llave de su renacer radicaba justamente en ser vanguardia de los cambios valóricos y culturales más que en perseverar en sus planteamientos económicos obsoletos; dejó de ser tóxico y ha tenido un éxito extraordinario, inimaginable hace solo unos pocos años atrás.
Por primera vez desde la época de Eduardo Frei Montalva el progresismo logra una hegemonía cultural en la sociedad, desplazando a la derecha, que hoy está sin conducta para enfrentar al nuevo gobierno; hablan de gabinetes en la sombra, idea vieja, fracasada e incompatible con nuestro sistema político, que planteó Andrés Allamand hace años; le piden una reunión absurda e inútil al presidente electo (cosa nunca antes vista). La guerra cultural se está dando dentro de la derecha y se expresó en la confrontación entre Mario Desbordes y el senador Francisco Chahuan, entre Evopoli y la UDI. Hay un sector de la derecha, minoritario, que sabe que sin un “aggiornamiento” profundo en temas de la agenda valórica-cultural les costará recuperarse, porque la sociedad chilena cambió y eso no se puede revertir.
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