La democracia en acción: más de 12 millones de ciudadanos se movilizaron en una jornada electoral que, para algunos, parecía intrascendente. Sin embargo, el inesperado remezón ha resultado fundamental tanto para la redacción de una eventual nueva Constitución como para el actual panorama político.
La oposición arrasó con la mayoría de los votos en 14 de las 15 capitales regionales, impulsada por el partido Republicano, que se alzó con la victoria en una docena de ellas sin necesidad de apoyarse en los alicaídos partidos de Chile Vamos. Por otro lado, el derrotado oficialismo se encuentra en una situación más complicada aún, depende de la buena voluntad de la oposición en el proceso constituyente y enfrenta un adverso reacomodo de las fuerzas políticas en el Congreso, guiado por este segundo sentir ciudadano que no muestra afinidad hacia él y menos a sus anhelos refundacionales.
En términos constitucionales, la derecha posee actualmente la capacidad de proponer un texto constitucional sin la amenaza del veto de su oponente y sin imposiciones de la Comisión Experta, ya que cuenta con los 2/3 necesarios para hacerlo. Solo necesita adherirse a las 12 bases acordadas y presentar una propuesta que cautive a gran parte de la ciudadanía. El auténtico reto reside en entender que no se trata de un programa de la derecha, sino de un texto equilibrado capaz de convocar a una mayoría amplia y duradera, que trascienda más allá de las mayorías circunstanciales.
De lo contrario, se corre el riesgo de desencadenar la latente campaña del rechazo, como lo reflejan los 2,6 millones de votos nulos o blancos que difieren dramáticamente de la clase política. Es paradójico que estos resultados, al posicionar muy bien a Kast para las próximas elecciones presidenciales, obliguen a Republicanos comprometerse con el éxito de un proceso que siempre negaron. Pues ningún gobierno quisiera ser plebiscitado en el intermedio de su mandato, a toda costa habrá que evitar la receta del fracaso que ya conocemos.
Es cierto, la votación proporcionó cierta certeza al proceso constituyente, pero la incertidumbre no se esfumó, solo se trasladó de campo. Los comicios reiteraron la necesidad de que el gobierno aborde ya las principales necesidades de la sociedad en áreas como la seguridad y el orden público, y que además reactive el empleo y el crecimiento que se encuentran en espera. Esto es esencial para asegurar la sostenibilidad de cualquier política social. Ahí queda servida la mesa de seguridad, la estancada reforma de pensiones y la aguachada reforma tributaria. Si ya era complicado para el gobierno avanzar en estos proyectos, ahora el giro que ha tomado esta elección hacia la derecha inundaron con incertidumbre el panorama.
¿Hasta qué punto el Ejecutivo puede obtener los respaldos políticos necesarios para evitar el fracaso de una calibrada agenda 2.0? ¿El partido Republicano seguirá criticando a sus aliados por ceder ante el oficialismo o propondrá ideas más allá de la seguridad? ¿Cuál es el margen de distancia que Chile Vamos puede tomar del partido mayoritario sin desdibujarse ni morir en el camino? Más preguntas que respuestas. En menos de 18 meses se celebrarán dos elecciones, lo que significa que la clase política debe resolver urgentemente estas interrogantes. A la vuelta de la esquina está un ambiente aún más crispado.
La derecha ha obtenido una victoria en este fuerte remezón, pero eso no basta. Para alcanzar un triunfo histórico, es necesario compartir los frutos de la democracia con otras fuerzas políticas y construir mayorías estables para garantizar la gobernabilidad. La derecha tiene la oportunidad única de guiar al país hacia una sociedad libre y democrática, pero esta tarea conlleva una gran responsabilidad. Debe ser consciente de que los votos son volátiles y la polarización es una amenaza real. La derecha debe unir fuerzas valorando su diversidad y, a la vez, ser capaz de construir mayorías con sus adversarios, o de lo contrario, fácilmente perderá LA oportunidad.
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