Israel vivirá en paz cuando su seguridad no dependa solo de las armas, sino de la confianza y la construcción de un destino común con sus minorías y sus vecinos.
Sin embargo, la realidad golpea. Hamas ha reivindicado la operación de 7 de octubre como “un éxito completo”. A su juicio la cuestión palestina ha vuelto a estar en el centro de las preocupaciones mundiales gracias a la incursión que implicó la masacre de cerca de 1400 israelíes y el secuestro de más de 200 personas. Asimismo, puede entenderse como consecuencia esperable de tal despliegue de violencia, una respuesta de las fuerzas armadas de Israel que a la fecha consigna cerca de 4500 palestinos muertos, un número indeterminado de heridos y la destrucción de una parte de Gaza. Alto costo humano para el “éxito” de Hamas.
Es cierto que la cuestión palestina, que nunca desde 1948 ha dejado de estar presente en la política mundial y del medio oriente, ha cobrado nueva actualidad con estos acontecimientos. Pero también es cierto que el inédito ataque terrorista ha dejado ver a Hamas como un tipo de organización con la cual es imposible convenir una solución política, un movimiento que amenaza vitalmente al pueblo judío y con el que por ahora solo cabe el lenguaje de la fuerza. No hay espacio para ilusiones.
Por cierto, Israel parece haber escuchado los mensajes del presidente Biden y de los líderes europeos que le han recomendado no dejarse llevar por la ira y actuar en consideración a los objetivos estratégicos que no se deben perder de vista. En tal sentido, parece lógico dar prioridad a facilitar la ayuda humanitaria para los palestinos desplazados hacia el sur de la franja de Gaza y concentrar los esfuerzos de esta fase de la guerra en la liberación de los más de 200 rehenes de los cuales una cincuentena pertenece a diversas nacionalidades -muchos de ellos con necesidades de medicamentos urgente- y buscar disminuir al máximo las víctimas civiles de la ofensiva contra Hamas.
Tales resguardos pueden resultar imprescindibles para la batalla comunicacional y política que se da en torno a los disparos de cohetes y a la probable ofensiva terrestre de las fuerzas de defensa israelíes. La explosión de un misil en el estacionamiento del hospital Al Ahli en Gaza, cuyo más probable origen según las agencias de inteligencia extranjeras fue un error del propio movimiento palestino, muestra el impacto de las comunicaciones para encender los ánimos en los países árabes y en el mundo occidental donde el odio a Israel está siempre a la orden del día, especialmente en ciertas izquierdas identitarias o populistas.
Evitar o al menos demorar un escalamiento regional del conflicto que podría incluir a Siria e Irán supone mucha sangre fría para repeler solo proporcionalmente los ataques con misiles y drones de Irán que lanza Hezbolá y otras milicias integristas. Para el analista Thomas Friedman, Israel podría cometer un terrible error si el conflicto escala a nivel regional. No solo echaría abajo los acuerdos de Abraham, sino toda la paciente construcción que viene desde los acuerdos de paz de Camp Davis y de Oslo. No se trata del derecho político o moral de Israel de defenderse y responder una agresión, sino de cuidar las relaciones con el mundo árabe, Egipto, Marruecos, Arabia Saudita, Barein y con la Autoridad Nacional Palestina, relaciones que adquieren una dimensión estratégica que Israel necesita tomar en consideración.
Israel ha entrado en una nueva guerra por su supervivencia. Los jóvenes que participaban alegremente en el festival de música en el desierto de Neguev y que se vieron masacrados por los milicianos de Hamas, ellos, sus amigos y sus familias no olvidarán que, al igual que sus antepasados, si quieren sobrevivir deberán luchar. Pero como bien lo dice Harari en una reciente columna, el moderno Israel debe explicitar cuál es el mundo que quiere construir. Si Netanyahu está soñando que con esta guerra va a poder expulsar a más palestinos, anexar territorios, ignorar derechos, liquidar al sistema judicial y “hacer realidad fantasías mesiánicas o convertir a Israel en una dictadura teocrática”, difícilmente encontrará respaldo internacional y unidad interna.
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