Permítanme un ejercicio distópico rebobinando la última campaña presidencial de Segunda Vuelta. Imaginemos a Gabriel Boric, que orientó su mirada al centro reencontrándose con las principales figuras de la Concertación, enfatizando gradualidad en los cambios propuestos y modificando radicalmente su disposición a hacerse cargo de la demanda de orden y seguridad pública, enarbolando en cambio la bandera de la plurinacionalidad, los sistemas de justicia diferenciados, el término del estado de emergencia por grave alteración del orden público, la eliminación del Senado y su reeemplazo por una cámara regional con menos atribuciones elegida junto a los alcaldes y la exigencia de consentimiento indígena en lugar de mera consulta cuando algo pudiera afectar sus derechos.
Y a su contendor de entonces, en lugar de defender en forma irrestricta el modelo chileno y la Constitución vigente, imaginémoslo ocupando el espacio central abandonado por Boric en esta distopia y asumiendo que Chile quiere una nueva Constitución que establezca un estado social y democrático de derechos.
Convendrán conmigo que la historia habría discurrido de otra manera si el comportamiento de ambos contendores presidenciales hubiera sido el de este ejercicio distópico. Pero con Kast clavado al piso en su rol de representación del mundo conservador y defensa del status quo y Boric forzando al límite la elasticidad de sus articulaciones para captar al electorado de centro, el resultado fue que este último superó al primero por 970 mil votos para convertirse en el actual Presidente de Chile.
La campaña del Plebiscito de salida se asemeja muchísimo a la distopia descrita y por eso tiene un resultado predecible. Como toda elección binaria, la del 4 de septiembre se ganará en el centro. Y la Convención y su propuesta están indiscutiblemente situados varios metros a la izquierda del Boric de segunda vuelta, mientras el rechazo a éstas ha logrado posicionarse varios metros hacia el centro respecto de lo que representaba Kast en la segunda vuelta, tanto por su transversalidad política como por haber conseguido identificar su opción como una segunda oportunidad de una nueva constitución.
Gabriel Boric es la persona que se convierte en Presidente de Chile habiendo obtenido menos apoyo propio a su programa y a su liderazgo en la historia contemporánea. El presentismo chileno hace que la última noticia nos haga olvidar las anteriores. Fue celebrado por convertirse en el presidente con más votos en la historia de Chile y hasta se habló de boricmanía, pero lo había preferido sólo 25,8% de los chilenos, si ganó la presidencia es porque 2,8 millones de personas votaron contra lo que representaba Kast luego de que Boric modificara de manera relevante su posicionamiento en la campaña de segunda vuelta.
El presidente tenía la preciosa oportunidad, a 6 meses de iniciado su mandato, de convertir ese apoyo frágil y provisorio de segunda vuelta en un respaldo sólido en el plebiscito de ratificación de la propuesta de nueva constitución. Pero la Convención dilapidó esa oportunidad actuando como si el país se hubiera quedado pegado en octubre de 2019, ignorando por completo su evolución posterior, con su crecida demanda de orden público, crecimiento y certezas respecto del futuro. Ello, a pesar del campanazo de alerta que representó la elección parlamentaria y presidencial, en la que Boric debió alejarse considerablemente de su zona de confort para ganarle a Kast.
Esta reflexión y sentimiento son inconfesables, pero si pudiera existir reflexión sin culpa ni autocensura, el presidente preferiría una segunda oportunidad de volver a representar a la mayoría de Chile, liderando de punta a cabo un proceso constituyente que permita arribar a lo que el expresidente Lagos definió como “una constitución de consenso”, con apoyo político y social transversal que involucre a la nueva generación de líderes de a lo menos parte importante de la derecha, el centro y de la izquierda.
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