He recibido esta semana por WhatsApp fotos, una lluvia de fotos y nombres de distintas mujeres que serían la nueva pareja del presidente. No diré que no disfruto del chisme, ni me impresiona favorablemente el buen gusto presidencial, pero no dejo de pensar que con quien “pololea” o deje de “pololear” Gabriel Boric Font es algo que debería importarle solo a Gabriel Boric Font. A él y a la “polola” o “andante” o “amiga con ventaja” o “pinche” de una noche o mil noches, respectiva.
Indignarse por cualquier cosa es la cosa menos digna que hay. No, “fiscalizar” no es lo mismo que “husmear”, como “vigilar” no es lo mismo que “castigar”. Privarle a alguien de su vida privada es una condena que nadie se merece, menos al que hemos convertido con nuestros votos en nuestro “príncipe” temporal.
Por favor prensa alarmada y sus periodistas de investigación y/o/u de farándula, por favor opinadores desenfrenados, dejen al presidente enamorarse de quien quiera enamorarse. Por favor, por favor no proyecten sus propias frustraciones sexuales sobre el cuerpo de este joven que le quedan grande la chaqueta y el cargo, pero que parece que tiene en el lugar que debería tener, el corazón.
El presidente Boric no es el primero que llega a la presidencia oficialmente soltero. De hecho, nada menos que nuestro libertador Bernardo O’Higgins nunca regularizo su relación con Rosario Puga, de la que tuvo un hijo bautizado como hijo de padre desconocido. Mas cercano a nuestros tiempos, Jorge Alessandri nunca escondió su perfecta soltería. Y aunque sus adversarios la decoraron de toda suerte de chismes sobre amigos muy muy cercanos, lo cierto es que nadie se dedicó seriamente a averiguar que el presidente no perdió el tiempo contándole a nadie tampoco.
Lo mismo ocurrió con la presidenta Bachelet que se mantuvo sin pareja sentimental conocida ni por conocer, en sus dos gobiernos. Los rumores no faltaron, pero el sentido común de los editores de los diarios o canales de televisión permitió que estos rumores no se convirtieran nunca en noticia. La abundante vida sentimental del presidente Allende fue objeto de todo tipo de rumores y chistes mal intencionados, pero gobernó la idea de que el dormitorio no era un campo de batalla más de la lucha política. Lo mismo podría decirse de la vida sentimental de Gabriel González Videla o Arturo Alessandri.
Estos y otros presidentes llegaron a la Moneda casados o solteros, pero lo cierto es que ninguno de ellos llegó “pololeando”. Extraño estatus el de “pololeo”, algo que no es del todo lo que antes de llamó “noviazgo” ni tampoco la simple “salida con”. El “pololeo” es una forma de nombrar el amor cuando no puede terminar en una casa o en una deuda hipotecaria en común. Situación propia de la juventud que la nueva demografía y economía le ha regalado también a la edad madura. Porque son muchos, somos debería decir, los que después de haber pasado los tormentos de la adolescencia han vuelto a “pololear.”
De uso activo en Chile y Bolivia el término “pololeo” y “pololo” es una metáfora del vuelo de los “pololos”, insectos especialmente molestos que giran alrededor de la fruta. El pololo sería entonces ese insecto que no puede del todo penetrar en la fruta, pero la rodean de todas las formas posibles.
La palabra, sin embargo, no deja de estar cargada de cierto candor, de cierta inocencia, que es quizás lo mejor y lo peor del carácter del Presidente. La manera en que se refiere a Irina Karamanos en un largo post en que nos cuenta el final de su relación, está lleno del candor de quien aún vive el amor como una experiencia de enseñanza y aprendizaje. Un cariño y un respeto que excluye la pasión de la que nada se aprende y que nada enseña, a no ser que la muerte puede morder el centro mismo de tu temblor y que ante ella entregarlo todo es solo pagar la primera cuota de mil por venir.
El pololeo es un ensayo que no necesita nunca de noches de estreno. Su estreno es justamente su ensayo. Las otras formas de vivir en pareja, matrimonio con o sin papeles, son, al revés, una representación perpetua que no se ensayan nunca del todo. Un texto que no se conocía de antemano y que sin embargo es casi siempre más o menos el mismo que otros maridos, esposas, amantes, novios y novias vienen descubriendo por primera vez hace siglos.
Los sentimientos son igualmente fuertes, pero en un pololeo no debería haber derrota ni tampoco victoria, porque lo que se vive en ella es la legitimidad de un juego que no tiene como otra consecuencia conocer un poco más un alma que sino se escaparía del todo. El mundo tiene, en este sentido, poco o ningún derecho en meterse. Donde no hay hijos, ni casa, ni pensiones, la sociedad no tiene nada que hacer.
Meterse en las sábanas de otro, por más poderoso que sea, es siempre una costumbre nefasta. Lo es más en este caso preciso en que la persona que se acueste, o bese, o mande mensajes prometedores, con el Presidente no tiene poder ni cargo alguno. Es solo alguien que le tocó o tocará querer a un hombre estresado, odiado, querido, comprendido a medias, dividido entre muchos afectos. Un “cacho”, en resumen. Un “cacho”, el Presidente, al que le deseo encuentre un alma en un hombro que lo quiera.
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