La película del japonés Ryusuke Hamaguchi es una pieza cinematográfica de tal finura y delicadeza que se entiende que en su trayectoria por festivales y salas haya arrasado con premios y loas de la crítica.
Basada en un cuento de Haruki Murakami (1949), uno de los escritores nipones más prolíficos y reputados, Hamaguchi teje una historia intimista en torno a la pérdida, la culpa, el dolor y la posible redención.
Es un drama contenido que relee a Chejov, estableciendo un paralelo entre el protagonista —un director y actor de teatro— y los personajes de “El tío Vania”, acaso una de las obras más representadas del autor ruso en el mundo. Yüsuke tiene la costumbre de repasar y ensayar las obras escuchando en su auto un casete grabado por él y su esposa, una reputada guionista.
Aunque la primera obra que lo vemos representar en escena es “Esperando a Godot”, durante las tres horas del filme son las sutiles y a la vez estremecedoras líneas de “El tío Vania” las que escucharemos y veremos una y otra vez, de diferentes maneras. Tras sufrir una pérdida, Yüsuke acepta trasladarse a Hiroshima para dirigir un montaje de la obra de Chejov. Un montaje en lengua japonesa, coreana, inglesa y de señas.
Siempre conduciendo su viejo automóvil rojo. Ha pedido ser ubicado en un hotel a una hora de distancia del Teatro para disponer de ese tiempo escuchando las grabaciones de la obra: es su manera de estudiarla y ensayar. Se trata de un lugar situado en una isla, con el mar apacible frente a su ventana.
El único inconveniente con que se topa es que, por reglas del establecimiento, debe aceptar, con mucha reticencia, un chofer que lo traslade a todos lados. El conductor resulta ser una chica joven, Misaki, muy singular, inmutable y de pocas palabras.
Tal como en las obras de Chejov, en Drive My Car los dramas que se van descubriendo se despliegan como la vida misma, sin aspavientos y a la vez profundos y muy reales. Sin apuro. Porque solo así emergen nuestros fantasmas escondidos. La cámara de Hamaguchi es capaz de capturar esa humanidad tanto en los planos más acotados —en los ensayos, ceremonias, presentaciones, reuniones íntimas— como en los asombrosos planos generales donde caben el mar y el auto rojo circulando por la orilla del camino.
La aparentemente improbable amistad que surge entre Misaki y Yüsuke se abre al espectador en dos de las secuencias más inolvidables de este filme extasiante y bello.
Ni un minuto —ni un encuadre— sobra de las tres horas que dura el metraje. Aunque, por cierto, así como Chejov, esta no es una película para cualquier público. Es, en suma, un bocado para cinéfilos (la vi dos veces y la vería tres veces más).
DRIVE MY CAR (Doraibu mai kâ)
NOMINACIONES Y PREMIOS
Fue la propia Jessica Chastain quien se interesó por llevar a la pantalla grande la peculiar vida de Tammy Faye, una telepredicadora que alcanzó fama y riqueza en los años 70 y 80, para luego sumirse en el escándalo y la decadencia.
La película —que a su vez está basada en un documental— descorre un velo sobre ese peculiar mundo del que estamos poco familiarizados en Latinoamérica. También permite chispazos de reflexión sobre lo que los cristianos en general —en sus distintas denominaciones— eligen entender sobre el “mensaje divino”. Así como las muy mundanas luchas de poder entre quienes se sienten llamados a difundir la palabra de Dios.
Como realización, Los Ojos de Tammy Faye acierta en construir un diseño perfectamente kitsch y en delinear personajes bastante más curiosos y complejos que lo que promete el guion. Porque más allá del trabajo de maquillaje y peluquería (aquello del disfraz, de la actuación externa que tanto seduce a la Academia), Jessica Chastain sí que borda un personaje digno de estudio.
La película misma, en su totalidad, y a pesar del siempre eficaz Andrew Garfield, es un alargado relato biográfico que mejor hubiese quedado en formato miniserie. Pero se entiende que, estando en un filme más bien mediocre, Jessica Chastain esté ganando la carrera al Oscar (salvo que se le aparezca Kristen Stewart).
Quizás influya aquello que se ha hecho costumbre en los Oscar: pagar deudas. A Chastain al menos le quedaron debiendo el Oscar por La Noche Más Oscura (Zero Dark Thirty, Kathryn Bigelow, 2012; disponible en Netflix).
LOS OJOS DE TAMMY FAYE (The Eyes of Tammy Faye)
NOMINACIONES Y PREMIOS
Háganse un favor: vayan con niños, chicos o grandes, ¡o solos! a ver esta sorprendente película. Hace tiempo que no me reía tanto —a carcajadas— con un filme animado, el que luego entretiene a morir con el suspenso y los giros que va dando.
Los Tipos Malos conforman una pandilla que se dedica a planificar elaborados robos, tipo Ocean Eleven (el guiño a George Clooney es explícito). Comandados por un lobo —cómo no— la integra un variopinto grupo de animales, entre ellos, una araña hacker.
Hábiles y presumidos, su próximo objetivo los enfrenta inevitablemente con la Gobernadora, una “chica” mucho más astuta de lo que lo que nadie piensa.
Llena de divertidos personajes secundarios, Los Tipos Malos se abre en muy bien diseñados y atractivos escenarios, lo que contribuye aún más a hacer de su visualización una experiencia gozosa.
Entre broma y broma, tras correrías y aventuras, la película instala esa discusión recurrente en la historia de la Humanidad acerca de la bondad y la maldad.
LOS TIPOS MALOS (The Bad Guys)
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