El sábado tuve un jolgorio de aquéllos. Nos pusimos a cocinar el almuerzo pasado el mediodía y alargamos la tarde sumando calorías en un lugar frío y con humo. Sobrevivimos la espera comiendo mucho pan y queso acompañado de abundante vino y creo que también de piscola. Dicen que alguien tomó gin o whisky. Había una mesa de pool. Jugamos y gané. El domingo me aclararon que perdí.
Por suerte ese sábado, C. se puso a hacer la comida antes que nos zampáramos el almuerzo, a eso de las siete de la tarde. A la mesa llegó el arroz con locos, puyes y almejas que quedó tan bueno como el corte de ventana de vacuno al horno acompañado de zapallo cocinado a fuego lento y por varias horas. No sé cuantas fueron pero si sé que se conversó hasta por los codos y que nunca olvidaremos la magnífica ocasión, aunque sí sus consecuencias.
A veces sucede que tras un día de largas conversaciones con amigos las capacidades socio-cognitivas disminuyen considerablemente al día siguiente. Y viene el bajón. El frío y el calor se alternan como ganchos de boxeador. Se toma agua. Llega la depresión post party.
Pero no hay motivo para deprimirse; no hay nada de qué arrepentirse. Bien lo sabía el emperador Marco Aurelio que aseguraba que era cosa de locos atar nuestro bienestar a lo que no podemos controlar y, como usted sabe, es imposible dominar el apetito, la sed y otras pulsiones humanas en circunstancias especiales como el invierno o los días sábados. Si uno anda con arrepentimientos fútiles la respuesta será siempre la misma: “si no hubiese olvidado lo que sabía, no habría hecho nada de lo que me arrepiento”. Es claro como el consomé que el olvido es el motor de los golosos.
Por eso hermanos los invito a poner en orden nuestros sentimientos y que reconozcamos que la caña moral sirve sólo para revolcarse en el estiércol personal. Si no le gusta lo que hizo no lo vuelva a hacer. Punto final. San Lucas lo dejó claro en el 15:7 hace más de mil años: “les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”. Las probabilidades que usted amable lector sea pecador son altísimamente bajas, porque todos sabemos quién es el que necesita arrepentirse (y retirarse), ahora ya, por fresco y mentiroso.
Entonces ¿por qué va a andar uno castigándose por la tercera palta, el cuarto chorizo o la quinta copa? Nada de qué arrepentirse. Nunca (aunque te sientas mal por esas doce donas que te comiste anoche, amiga, escondida en la cocina con la luz apagada). Como dijo Robbie Williams en “No Regrets”, una de las peores canciones jamás escrita por un mamífero, “Nada de arrepentimientos / no funcionan / sólo duelen”.
El arrepentimiento y la contrición deben guardarse para lo que importa ¿Arrepentidos de invertir con Chang? Claro que sí. ¿Tiene cargo de consciencia por dejar a la familia botada y escaparse con la cuñada a Oruro? De todas maneras ¿Remordimientos por votar por el Frente Amplio? Evidentemente. ¿Achacado por comerse la quinta chuleta? Jamás. Never.
En el fondo nosotros los humanos estamos tratando de sobrevivir procurando día tras día que la selección natural no nos prescriba. El mismo Charles Darwin fundó el Club de los Glotones de Cambridge, una sociedad que tenía como propósito comer carnes extrañas. Porque comer es conocer. Hay constancia que se zamparon unos halcones y, estando en Chile, Darwin atestiguó que el sabor del puma era bien parecido al de la ternera. Eso sí, los glotones se achaplinaron el día que les tocó comer un viejo búho que estaba más fibroso que Jean Claude Van Damme en “Retroceder nunca, rendirse jamás”.
Y bueno, como Charles D., todos hemos tenido malas experiencias. Yo me acuerdo de una vez en que guiado por fuerzas entrópicas, pedí esa ensalada de escarola que llegó lánguida como luche e insípida como chapalele. Todavía me dan ganas de llorar. Quizá usted ha metido las patas pidiendo pollo en la parrillada bonaerense o fue a Arica y cree que comió churrasco.
Lo invito entonces a que empiece usted ahora mismo una nueva etapa en su vida y llame ya a su nuevo yo. Arrepiéntase de no comer esto o lo otro, porque en estos tiempos llenos de gente que siente culpa por comer pollos criados en corrales pero no de robarle a los que no tienen plata ni para pollo, de individuos que le asignan un valor moral a la masa madre y a las bicicletas, en que se busca el status por lo impoluto de lo que se traga y no por lo sabroso, me atrevo a parafrasear a Van Damme: Retroceder Nunca, arrepentirse jamás. No me mal interprete: jamás sugeriría una vida de permanente beodo porque es razonable tener límites con la comida y la bebida. Lo importante es que no sean rígidos. Algo es algo.
Quiero conocer Taiwan país que no se rinde ni se arrepiente. Allá, además de las tres comidas diarias, tienen una cuarta llamada xiaoye que se come muy tarde, nunca en casa y siempre en la calle en mercados que abren de noche todos los días. Venden comida potente que recoge la influencia colonial holandesa, española y japonesa además de la china, que después de la guerra civil de 1949, reunió en Taiwan la cocina de todas las provincias que quedaron en manos comunistas.
Los puestos de los mercados se especializan en un solo plato como sopa de fideos con carne, tofu fermentado frito, gua bao que es la hamburguesa local (en realidad es pan con chancho y aliño chino de cinco especias), espirales de papa frita, omelette de ostras o salchichas de jabalí. Estas recetas aunque no tienen nada de taiwanés, sí que se pueden comer de noche y son con ingredientes que hay en una despensa bien abastecida. Son buenas a medianoche pero mejores a las 3:00 am.
400 grs. de spaghetti
Sal
2 cucharaditas de peperoncino seco
2/ taza de aceite de oliva
4 dientes de ajo picados finos
1/4 taza de perejil picado
En una olla grande ponga agua a fuego fuerte y cuando hierva agregue un puñado de sal y la pasta. Revuélvala para que no se pegue.
Por mientras en un sartén profundo ponga el aceite, el ajo y el peperoncino a fuego bajo y dore unos 2 o 3 minutos hasta que el ajo tome color. Retire del fuego, agregue el perejil y deje enfriar por otro par de minutos. A continuación agregue 1/2 taza de agua de la cocción de los tallarines al aceite y ponga el fuego fuerte hasta que se reduzca a la mitad.
Cuando la pasta esté al dente cuélela y agréguela al sartén. Revuelva intensamente, corrija la sal y sirva de inmediato.
2 rebanadas del mejor pan de molde que tenga, ojalá un poco gruesas
2 trozos de queso mantecoso
mantequilla
mayonesa
Póngale mantequilla al pan y luego el queso. Haga un sandwich y apriételo con la manos. Póngale mayonesa al pan (por fuera) y dórelo en un sartén por lado y lado hasta que se derrita el queso.
2 pedazos de baguette cortados a lo largo
1 diente de ajo
Mantequilla
Tapenade
1 tarro de atún
Tomate
4 filetes de anchoa
1 huevo duro
Unas hojas de apio o perejil
1 limón
Sal
1 cerveza
Ponga el atún y un poco de tomate en cuadritos en un bolo y revuélvalos.
Tueste el pan y cuando esté listo frótele un diente de ajo y luego póngale mantequilla. Tome un trozo de pan y póngale tapenade y encima el atún con tomate. Luego el huevo duro, un par de filetes de anchoa y las hojas de apio. Finalmente agregue un poco de sal y unas gotas de limón. Abra la cerveza y sírvala en un vaso o copa y tómese un trago largo. Póngale la tapa al sandwich y apriételo con la palma de su mano. ¡A gozar!
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Algo es algo: final del viaje. Por Juan Diego Santa Cruz (@jdsantacruz).https://t.co/xM0Ztz2CYc
— Ex-Ante (@exantecl) August 7, 2023
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