El 4 de agosto de 1914 Inglaterra entró a la Primera Guerra Mundial. Cuatro días después y gracias a la la decisión del primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, se dio inicio a la aventura del Endurance con una sola palabra: “Proceda”. El barco comandado por Ernest Shackleton zarpó desde Plymouth rumbo al sur para intentar cruzar por primera vez la Antártica por tierra.
La tripulación de veintiocho hombres y sesenta y nueve perros navegaron todo el Atlántico preparados para sobrevivir por un largo e incierto tiempo. A bordo llevaban una enorme cantidad de comida, principalmente latas de conservas de cordero, liebre, longanizas, arvejas, ciruelas, galletas marineras, jugo de limón para evitar el escorbuto y un largo etcétera. También llevaban dos chanchos.
Impulsado por el viento en sus velas, el Endurance llegó a principios de noviembre a la isla Georgia del Sur, su última parada antes de la Antártica. Los hombres de la estación ballenera de la isla le advirtieron a Shackleton del inusual verano que aún congelaba el mar antártico, pero el capitán inglés, entusiasta impenitente, siguió adelante. Como hay pocas cosas más peligrosas que el optimismo, pasaron sólo unas semanas y la tripulación batallaba a punta de picota contra el hielo del mar de Weddell. Avanzaban poco y nada.
Con buen humor y la moral en alto, la tripulación celebró la navidad de 1914. Cantaron God save the King a todo pulmón, tomaron ron y cerveza negra y comieron anchoas en aceite, estofado de liebre, sopa de tortuga, puyes, mince pie, higos, dátiles y galletas. Pocos días después, cuando el recuerdo del banquete aún estaba vivo, el barco quedaría atrapado para siempre. Era el 18 de enero de 1915 y no había esfuerzo que se pudiera hacer para liberar al Endurance de la apretura del hielo.
Sin alternativa destinaron todos sus esfuerzos a prepararse para el oscuro invierno que se les venía encima. Hicieron ejercicio, aprendieron a cazar focas, leyeron incansablemente la Enciclopedia Británica hasta que la usaron para hacer cigarrillos. El 2 de abril de 1915, con el colmillo afilado que provoca ver todos los días a un chancho gordo, lo mataron y se lo comieron.
Cada día que pasaba el sol iluminaba menos, pero la moral seguía intacta gracias al optimismo sin límites de Shackleton, incluso celebraron con una gran comida el día más oscuro del año. El 22 de junio, iluminados apenas por la luz crepuscular, se comieron el otro chancho asado acompañado de puré de manzanas, arvejas en conserva y para terminar un postre de ciruela (la foto es de ese día).
La confianza del líder de la expedición no evitó que poco después, en octubre de 1915, el barco de madera hiciera agua achurrascado por la presión del hielo. La única alternativa fue abandonarlo y vivir a la deriva en una gran la isla de hielo flotante comiendo lo poco que habían rescatado del barco. Subsistieron estoicos cazando focas, se comieron la comida de los perro y luego a los perros que ya no tenían trineo que tirar ni alimento que tragar. El hambre acechaba y cada vez que volvían a probar bocado volvía también la esperanza de salvarse.
Ya entrado 1916 la isla comenzó a partirse y no quedó más remedio que abordar sus tres botes salvavidas y remar sin parar. Después de siete días tuvieron frente a ellos los enormes glaciares y cerros de la isla Elefante que caían inhóspitos al mar. Montaron campamento en la costa y uno de los botes fue transformado en velero con en el que zarpó Shackleton y cinco de sus mejores hombres en busca de auxilio. Navegaron 800 millas en dirección al norte por las aguas más peligrosas del mundo, comiendo lo poco que cocinaban en un horno enano a grasa de foca. Después de dieciséis días llegaron nuevamente a la isla Georgia del Sur.
Los restantes veintidós tripulantes del Endurance quedaron varados sólo con la esperanza de un improbable rescate. Pasaron cuatro meses a la espera que el optimista de su jefe volviera por ellos mientras pasaban frío y hambre de la verdadera.
En el peñasco inerte que habitaban abundaban sólo los pingüinos, las algas y las focas y fueron desayuno, almuerzo y comida día tras día. A pesar del deprimente menú, conversaban invariablemente sobre platos y banquetes gloriosos del pasado, que almorzarían al volver a Inglaterra y sobre sus ganas demenciales de comer pan y pasteles.
Era el 30 de Agosto de 1916 y el ánimo era difícil de mantener. Les quedaban muy pocas energías, su salud era pésima y quedaban raciones de carne de foca para dos días. Ese mismo día fueron rescatados por Shackleton y el piloto chileno Luis Pardo al mando de la escampavía Yelcho. ¡Ese piloto sí que era de verdad!
La travesía de retorno a Punta Arenas fue entre peligrosos témpanos, con la mar gruesa y la mayoría de los rescatados mareados como Giorgio pero felices de haberse salvado definitivamente y de comer la deliciosa carne con verduras que les sirvió la tripulación de la armada chilena.
Para salvarse se necesita entereza, suerte y ayuda. También una gran dosis de optimismo es fundamental. En el caso de Shackleton y sus hombres era lo único que les sobraba. Así se salvaron todos, menos los perros y los chanchos. Algo es algo.
En la cena de navidad de 1914 la tripulación del Endurance comió mince pie, que es un pastel dulce que los ingleses disfrutan en las fiestas de fin de año. Esta es una interpretación muy personal de la tradicional receta que tiene montones de pasas (demasiadas). Funciona de maravillas, no tiene pasas y, como el frío del invierno ya llegó, resulta muy apropiada. Eso sí, esta tarta es para golosos, borrachos y golosos borrachos que a diferencia de los niños saben apreciar la mezcla de azúcar, fruta seca y ron. Queda buena con masa comprada y buenísima con la masa de la receta.
Ingredientes para el relleno:
200 grs. de damasco turco en cuadritos
100 grs. de ciruelas descarozadas en cuadritos
50 grs. de almendras peladas laminadas
50 grs. de pistachos sin sal cortados en trozos
100 grs. de azúcar
El jugo de una naranja y la ralladura de su cáscara
El jugo de un limón y la ralladura de su cáscara
1/4 cucharadita de canela en polvo
60 ml. de ron añejado
Mezcle los ingredientes en un bolo y deje reposar dentro del refrigerador al menos 1 hora antes de rellenar las tartas. También puede guardar esta mezcla hasta por tres meses en un frasco esterilizado, y como usted ya adivinó, el sabor mejora con el tiempo de macerado.
Para la masa
250 grs. de harina sin polvos de hornear
25 grs. de azúcar flor
125 grs. de mantequilla sin sal, fría y en cubos
la ralladura de la cáscara de una naranja
1 huevo batido
1-3 cucharadas de agua muy fría (solo en caso que lo necesite)
Ponga el harina, el azúcar flor, la mantequilla y la ralladura en un procesador de alimentos y muela todo hasta que quede con la textura de migas de pan. Con el motor andando agregue el huevo batido. Antes que retire la mezcla del procesador vea si se pega la mezcla porque tendrá que formar una pelota. Si no funciona, agregue agua helada y vuelva a mezclar. Forme una pelota con la masa. Ponga harina sobre el mesón y amase rotando hasta que quede uniforme. Vuelva a formar una pelota y cúbrala con film plástico. Refrigere la masa al menos por 30 minutos ( se puede hacer hasta tres días antes y si en este punto la congela aguanta hasta un mes)
Retire la masa del refrigerador y usleréela hasta que tenga el mismo grosor que una moneda de 100 pesos. Córtela en círculos lo suficientemente grandes para cubrir por completo moldes de unos 8 centímetros. Vuelva a armar una pelota con los recortes de masa, amásela y usleréela igual que en el paso anterior. Corte la masa con un molde de estrella, ancla, botella u otro motivo marinero.
Enmantequille los moldes y ponga la masa hasta el borde. Luego rellénelos con la mezcla de frutas y ron y sobre esta ponga su masa decorativa. Refrigere por 30 minutos. Por mientras bata un huevo y caliente el horno a 180 grados. Retire los moldes del refrigerador y con un pincel pinte con huevo la masa decorativa. Hornee por 15-20 minutos o hasta que la masa esté dorada y retírelos. Deje descansar las tartas por un par de minutos y con un cuchillo despéguelas de los moldes. Póngalas a descansar sobre una rejilla y sírvalas cuando estén tibias con un toque de azúcar flor encima.
P.D: Se me quedó en el tintero la historia del chancho nadador que anuncié la semana pasada. Mejor me la guardo para cuando coma langostas y ostras sacadas de la playa.
Por ahora ¡a gozar!
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Algo es algo: comiendo en el mar (1). Por Juan Diego Santa Cruz (@jdsantacruz).https://t.co/LTh6bSvwBE
— Ex-Ante (@exantecl) May 19, 2023
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