El debate económico tristemente se ha reducido a una discusión binaria y sorda sobre si más o menos Estado, y dónde deben o no, participar los privados. Ciegos por la ideología, se levantan banderas en post de un ideal, haciendo caso omiso del bienestar de las personas. Una fijación revanchista lastimosamente ha copado la agenda, sin poder dar lugar a medidas esenciales para desarrollarnos como país, crear prosperidad para todos y vivir en una sociedad más justa.
Entre muchos, existen cuatro factores fundantes y estructurantes que, sin abordarlos, es imposible cualquier proyecto político que se jacte de plantearse en serio.
- Primero, la productividad. Término técnico y difícil de comprender. Pero es simplemente imposible que un país se desarrolle sin aumentarla. En simple: cuánto es capaz de producir cada persona en nuestro país y, consecuentemente, cuanto podría ganar. Un mayor ingreso per cápita está íntimamente relacionado con este factor. Existe un Comisión de Productividad con suficientes propuestas para un buen programa de gobierno, sin embargo, las autoridades ni mencionan el tema. Desde sala de cuna para que mujeres puedan ir a trabajar, hasta continuidad en programas públicos al cambiar un gobierno. La lista es larga y pragmática. Es imperioso poner este tema arriba de la mesa.
- Segundo, para que el aumento de productividad de distribuya equitativamente, necesitamos mercados laborales más equilibrados. Es decir, que la hora de un panadero se acerque al valor de un ingeniero. En nuestro caso, sin duda, estamos al debe en potenciar e incentivar carreras relacionadas con el rubro científico y tecnológico. La nula coordinación entre el mundo académico, público y privado, nos regala el lamentable espectáculo de miles de egresados que el mercado no necesita, mientras faltan especialistas médicos, ingenieros en minas y desarrolladores de software. Es fundamental lograr balancear de mejor forma la oferta y demanda de oficios y profesiones, de cara a tener un mercado más dinámico, equitativo y competitivo. Y en un mercado poco eficiente, es necesario algunos empujoncitos, incentivos e instancias de coordinación.
- Tercero, necesitamos un plan. Toda ambición redistributiva es una ilusión mientras el tamaño de la torta no crezca. Es decir, es inviable subir los impuestos si el país no crece y se desarrolla. Para eso, nuestra economía debe ser capaz de competir en el mercado mundial, diferenciarse y tener una propuesta de valor en diferentes industrias. Dicho de otra forma, necesitamos tener una estrategia de desarrollo. Esto no significa planificación central, ni elegir a las empresas ganadoras, pero sí desarrollar economías de ámbito, de conocimiento y dirigir inversión a los sectores donde tenemos ventajas comparativas. No existe país del mundo que se haya desarrollado a punta de buena suerte, todos han sabido potenciar industrias claves que se transformaron en punta de lanza de su desarrollo. Desde el sector financiero en Inglaterra, hasta los procesadores en Malasia, pasando por la seguridad en Israel o el turismo en Arabia Saudita. Todos tienen una estrategia.
- Por último, un Estado más moderno. ¿De qué sirve recaudar más si vamos a invertir los recursos ineficientemente? Ninguna constitución entregará educación y salud de calidad, mientras la burocracia estatal no esté en el centro del debate y, muy probablemente, sepamos diseñar sistemas público-privados para la provisión de servicios públicos. Todos los sistemas de salud exitosos en el mundo son un complejo arreglo de prestadores públicos y privados, con incentivos bien puestos, aceitados con tecnología y mercados bien regulados. El desafío es dantesco, por lo mismo, es necesario contar con las mejores capacidades de ambos mundos para tener los mejores resultados.
Estamos lejos de encaminarnos a un país más próspero mientras no pongamos estos temas arriba de la mesa. Una buena constitución podría darnos mayor gobernabilidad y, ojalá, mejor convivencia política. Pero si esta dimensión no la combinamos con el pragmatismo de los elementos de bienestar que el país necesita para disminuir la desigualdad y la pobreza, será sólo un triunfo simbólico para las élites. La Constitución y toda discusión política debe ser un medio para construir prosperidad, justicia y felicidad para la población. Para alcanzar estos nobles ideales, es imperioso abordar los elementos fundantes de una sociedad próspera.