Estrenos de cine online: Jodie Foster, Guántanamo y Stalin. Por Ana Josefa Silva
Ana Josefa Silva
El Mauritano (The Mauritanian) está basada en “Diario de Guántanamo”, las memorias de Mohamedou Ould Slahi: con ambos títulos ya nos podemos hacer una idea de hacia dónde va la película.
Esto es cine de denuncia política y social, algo que siempre ha convocado a Jodie Foster, quien ya obtuvo un globo de oro a mejor actriz secundaria por su rol en el filme.
Han pasado dos meses desde los ataques del 11S. El Mauritano al que alude el nombre es, ciertamente, M. Ould Slahi (Tahar Rahim, quien merecía estar, si no premiado, al menos nominado) y en las primeras imágenes lo vemos en su pueblo en una celebración. Hacia allá llegan agentes estadounidenses que lo arrestan y terminan con él en la base de Guantánamo.
Años después de lo ocurrido en aquél pueblo de Mauritania, su historia atrae la atención de una experimentada abogada de un gran bufete, Nancy Hollander (Jodie Foster), quien decide interiorizarse en el caso.
Las motivaciones de Hollander van variando a lo largo del filme —y he aquí lo más interesante del relato— ya no solo por un tema de conciencia social sino que a partir de lo que descubre desde su mirada astuta de profesional conocedora de los recovecos de la justicia de su país. Y que también apunta a un dilema ético.
Como ayudante tendrá a la joven Teri Duncan (Shailene Woodley), dividida entre lo que juntas van descubriendo entre papeles y documentos y los fuertes sentimientos que experimenta, como una estadounidense promedio, frente al dolor de lo que fue el 11S.
Y de contraparte, tienen al abogado y oficial de la Marina Stuart Coach (Benedict Cumberbatch, también coproductor del filme). Otro personaje que experimentará su propio desarrollo.
Muchas de las escenas de la película transcurren en Guantánamo y van variando su voltaje.
El Mauritano es lo que promete: una atractiva película de denuncia y litigios, con la información perfectamente dosificada para mantener al espectador atento durante las más de dos horas que dura la película.
Hay dudas razonables que quedan instaladas: a pesar de los años, esta es una noticia en desarrollo, como se verá hacia el final, con imágenes del auténtico Mohamedou Ould Slahi en la actualidad.
En este sentido, el foco está puesto en qué es aquello que la abogada defiende exactamente (otro de los nudos interesantes). Es lo que distancia a este filme de aquellos que abundan en giros y golpes de efecto en las salas de tribunales.
Como hemos visto en otras películas —sin ir más lejos en Los Archivos del Pentágono (The Post), y también en otros casos conocidos— llama la atención que estas actividades del Gobierno de EE.UU., que violan abiertamente protocolos internacionales, no solo no sean ni tan secretas sino que se guarde riguroso registro de cada acción, aún de las más deleznables. Y parecen que estuviesen allí para ser desclasificadas.
Algo impensable en regímenes autocráticos, de los que aún hay varios en el mundo.
Dirigida por el británico Kevin Macdonald, ganador de un Oscar por el documental One Day in September (1999), sobre el atentado terrorista palestino en las Olimpiadas de Munich de 1972.
(Estreno jueves 8 de abril en cinemark y cinehoyts online).
Una negra comedia negra: La Muerte de Stalin
La muerte de Stalin (The Death of Stalin) es una delirante y negra farsa que entre su esplendoroso reparto cuenta con Michael Palin (integrante de los Monthy Python) y a Steve Buscemi y Jeffrey Tambor dando lo mejor de sí. La película del escocés Armando Ianucci es de 2017, pero nunca fue estrenada en Chile, como suele ocurrir, más a menudo de lo que uno quisiera, con el buen cine.
Ganadora de varios Bafta (los premios británicos), el que haya sido prohibida por Putin en su momento, da una idea del desenfado e insolencia que atraviesa esta historia.
Todo comienza en el Moscú de1953. Los hombres del NKVD (el comisariado del pueblo) esperan aburridos las listas de “enemigos de Stalin” para salir de cacería por la ciudad
Mientras, en los estudios de Radio Moscú tiene lugar un concierto, con público. Una llamada telefónica —un paso de comedia en sí— pone comprensiblemente nervioso al Director de la emisora y genera una absurda y caótica situación.
Ambos hechos se cruzarán en los hogares desde donde serán sacados de sus camas los caídos en desgracia. Todo en una desconcertante mezcla de perfecta burocracia e insólita arbitrariedad.
En una gran mesa bien servida, Stalin (Adrian McLoughlin) cena animadamente con sus más cercanos del Politburó: el temible y poderoso Lavrenti Beria (Simon Russell Beale), encargado de ejecutar las listas de condenados a muerte; el pusilánime Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor), oficialmente candidato a la sucesión; Vyacheslav Molotov (Michael Palin); y Nikita Khrushchev (Steve Buscemi). “Estoy agotado: ni recuerdo quién esta vivo ni quién está muerto”, le comenta uno a otro con cara de stress, mientras caminan a otra sala a ver un western de John Huston para relajarse.
Una cámara inquieta sigue luego a algunos de estos hombres, que discuten apasionadamente asuntos burocráticos mientras suben y bajan de las mazmorras a donde han ido a a parar los condenados, y en absoluto segundo plano, tiroteos, gritos, alguien lanzado escalera abajo.
Cómo se obtiene humor de todo ello es parte del prodigio de esta película basada en el cómic de Fabien Nury y Thierry Robin.
Cuando Stalin sufre un ataque, se suceden en cascada secuencias que parecen inspiradas en el camarote de los hermanos Marx.
La ya desenfrenada lucha por el poder se desata del todo. Una secuencia brillante lo pone en escena, en una cómicamente coreografeada caminata por el bosque en la que unos a otros se reprochan su “narcisismo no autorizado”.
Lo farsesco se mezcla con diálogos de una agudeza exquisita, imágenes grandiosas, violencia puesta en contexto de humor y sobre todo mucha sátira a la burocracia (la palabra colectivo se repite una y otra vez y los artículos de las leyes se exponen a cada episodio).
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