-¿Esta decisión de prohibir la divulgación de los resultados de la PAES es un ejemplo de mala medida basada en un ideologismo ciego?
-A estas alturas, tengo mis dudas de si es ideologismo (lo que supone algún tipo de convicción, aunque fuera ciega) o simple táctica rastrera: ya que la realidad no es lo que quisiéramos que fuera, ya que se nos agotó la pirotecnia retórica para transformar discursivamente la realidad, entonces no queda sino prohibir que se divulgue la información que descubre esa realidad. Como fuere —ideología o mero oportunismo— la decisión es reveladora de la crisis final de un discurso y de una postura que ha dominado nuestra discusión durante más de una década.
-¿No sólo va contra la libertad de información sino que impide el necesario análisis de datos para corregir lo que no funciona y promover lo que sí lo hace?
-Claro, es como prohibir el termómetro, y un esfuerzo por controlar el flujo de la información, lo que es un contrasentido en una sociedad contemporánea. Por lo demás, termina siendo contraproducente, porque el gobierno tiene hoy muy poco espacio político para defender una medida de este tipo. Es bien absurdo, la verdad.
-¿Qué efectos, de no mediar un cambio, puede tener esta medida en el sistema educativo?
-La información bien empleada ayuda a tener diagnósticos adecuados; y esos diagnósticos, a su vez, permiten tomar las medidas pertinentes para corregir problemas. Si no hay información disponible para todos los preocupados por el tema, ¿cómo podremos tener una deliberación medianamente razonada sobre este asunto? ¿O el gobierno quiere impedir esa discusión?
-¿Cómo evalúas el rol del ministro Nicolás Cataldo en esta controversia? Dijo que los resultados de PAES no constituyen una evaluación del sistema educativo ni mucho menos un ránking.
-Creo que es sano mirar con distancia los instrumentos de medición: no lo dicen todo, y hay que saber examinarlos con cuidado. La PAES, como todo instrumento, tiene limitaciones. Sus resultados no pueden ser comprendidos aisladamente, sin tomar en cuenta muchos otros factores. Sin embargo, nada de eso implica negar que se trata de un indicador que merece examinarse con atención.
Una cosa es afirmar que la PAES no lo es todo (y estoy de acuerdo), otra muy distinta es sugerir que allí no hay nada relevante (y que, por tanto, más vale prohibir la difusión de sus resultados).
-Solo dos colegios públicos y uno subvencionado están entre los 100 mejores. ¿Hay un derrumbe de la educación pública, pese a ser una bandera de la izquierda? ¿Qué se ha hecho mal?
-Se ha hecho todo mal. La izquierda utilizó la bandera educativa como instrumento para alcanzar el poder, nunca le importó más que como trampolín simbólico. Era la instancia ideal para asumir una posición de estetas, que les permitía afirmar su superioridad moral sin pagar un costo. Así, promovieron reformas que no tocaban los establecimientos donde ellos estudiaron, ni afectaron sus propios privilegios: la ingeniería social siempre es a costa de otros.
El resultado es devastador. La educación pública dejó de ser la herramienta de movilidad social y la generadora de elites meritocráticas que había sido durante casi toda la historia republicana. Desde luego, ese esquema tenía sus defectos, pero el camino para superarlos no era destruir instituciones que había tomado casi dos siglos construir. La ruina de la educación pública es también la ruina de una generación que destruyó sus establecimientos de calidad en un abrir y cerrar de ojos. Supongo que están orgullosos de su legado.
-Se triplicaron los puntajes nacionales, pero sin disminuir la brecha: 73% proviene de colegios privados y 17% de subvencionados. Los peores resultados, desde luego, son de Atacama. ¿Qué escenario pintan estos números?
-Es verdad que la brecha siempre ha existido, y que ese es un problema serio y estructural. La cuestión es que muchas de las reformas impulsadas en los últimos años, sumadas a un ambiente poco propicio para la educación de excelencia, horadaron las escasas alternativas que existían para cerrar esas brechas.
Si se quiere, el país está más fragmentado y segregado que antes. La cuna determina hoy más que ayer. Si a eso le sumamos el efecto pandemia y el efecto paro del colegio de profesores (como en Atacama), la verdad es que hemos condenado a generaciones y generaciones a un futuro muy poco estimulante.
-¿Esta crisis hace necesario un cambio en el ministerio? ¿Es un traspié para Cataldo y es urgente un reenfoque de políticas públicas en Educación?
-No creo que el problema resida en el ministro Cataldo, pues lo excede con largueza. La dificultad es estructural: el tema educativo no es prioritario para el gobierno de Gabriel Boric. La figura del ministro es accidental en esta historia. El presidente renunció a que la educación fuera una de sus causas principales.
Yo lo lamento, porque podría haber sido una causa que uniera al país, un camino para recuperar la épica común, pero hay motivos políticos que, a ojos del mandatario, vuelven eso imposible. Los niños, como siempre, seguirán esperando.
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