La semana pasada escribí en esta misma página un retrato de Miguel Crispi, el jefe del segundo piso de La Moneda, que ha ido, por culpa de la mala asesoría de su abogado y ministro de justicia, conociendo los subsuelos de la política nacional. Lo siento por los que aún creen en el mito de la originalidad, pero podría en gran parte repetir el perfil de la semana pasada cambiando esta semana el nombre de Miguel Crispi por el de Nicolás Grau.
Alto, bien parecido, la barba cuidada pero no del todo domesticada: tanto Crispi como Grau. Seguros de sí mismos, inteligentes, cultivados: Crispi y Grau. Hijos de ministras de la presidenta Bachelet, de Paulina Veloso en el caso de Grau y de Claudia Serrano, en el caso de Miguel Crispi. Dirigentes universitarios, presidentes de sus respectivas federaciones universitarias, de la Universidad de Chile en el caso de Grau y de la Católica en el caso de Crispi.
Quizás, a la hora de buscar diferencias, nos encontraríamos con esta primera. Grau es un puro producto de la Universidad de Chile, laica, aparentemente diversa, más adulta, o menos escolar en su trato que la Pontificia. La sombra del Techo para Chile no parece frotar en la memoria emotiva de Grau que entró en política militando en la SurDa, grupo descolgado del MIR que intentó repensar la izquierda desde el fracaso de la insurrección popular y el aislamiento de los años 90.
Una socialdemocracia, me lo confesó el propio Grau en una conversación en el CEP, que no quiere decir ese nombre. En gran parte porque es el nombre que sus padres usaban para explicar su derrota, una derrota que sabemos hoy era un triunfo, el escaso y único triunfo del que se puede ufanar, sin demasiada sombra, la izquierda chilena.
La negativa, tanto en Crispí como en Grau, de admitir que piensan lo mismo que sus padres es la marca vital de su tragedia. Porque eso es una tragedia, que el destino de tus mayores se reencarne en los que siguen, sin que estos puedan hacer nada para remediarlo.
Grau, que ha tenido, a diferencia de Crispi, una carrera universitaria de verdad, estudiando y enseñando en universidades de verdad, ha tenido ocasión de pensar en esa paradoja, pero a la hora de gobernar y gobernarse le ha resultado difícil no querer dar buenas noticias que no lo eran tanto. O simplemente inflar noticias a medias como para seguir la carrera de éxito, de logros, de aplausos, de desafíos, que ha sido la suya hasta ahora.
Porque la semejanza biográfica entre Grau y Crispi no es solo una coincidencia fortuita, sino la prueba de lo que podría haber sido la fortaleza de este gobierno, pero mal manejado y entendido se ha convertido en una de sus principales debilidades: el carácter ganador de sus ministros. Su falta de calle, que es más bien una falta de sala de espera, de exámenes para marzo, de “me gustas, pero mejor seamos solo amigos” o “tienes razón, pero me caes mal así que voy a votar por los otros.”
No hay duda de que Crispi y Grau estaban llamados desde niños a ser parte de la elite de la centroizquierda de sus madres. Son herederos no de millones o de acciones, sino de un capital cultural y político, hijos de experiencias de exilio, de peligro y de gobierno que no pueden más que enriquecer sus cabezas naturalmente bien provistas de vocabulario y, en el caso de Grau, de cifras.
Si se junta a esa herencia una actitud ganadora, una cierta manera de ver los problemas complejos como simples, la apostura física, la capacidad de convencer a militantes y encabezar manifestaciones, tendrán dos lideres naturales que nada ni nadie puede frenar en su carrera hacia el éxito. Dos lideres que, sin embargo, tanto en el caso de Crispi como en el de Grau, han preferido permanecer en segunda línea, dar ideas, seleccionar militantes, influir. Posición que no les quitaba en un grado su destino de “Winners”.
Ese es justamente el inextinguible defecto de Crispi y de Grau, la costumbre de ganar o la incapacidad de perder, que es lo único que explica el enredo inexplicable en el que ministro Grau se metió para explicar la instalación cada vez menos segura de una gran empresa china de Biotecnología.
Era el gobierno anterior (aunque la reunión habría tenido lugar en 2022), nos dice, el que no dio garantía a la empresa que encontró más segura, mejor preparada científicamente, y sobre todo más higiénica, a Colombia. Un cuento chino, nunca mejor dicho, que coincidió con la visita presidencial al país comunista-capitalista más grande del mundo. Visita que se vendió como un relanzamiento de una agenda de inversiones, de alianzas internacional, de nuevas iniciativas que faltan desesperadamente.
Me informan por interno que la inversión extranjera ha subido, pero en la economía las cifras no son más que la excusa bajo la que se esconden las letras. Dar confianza, transmitir energía es la esencia del trabajo de Nicolas Grau, un trabajo para que, en el papel, no puede estar mejor dotado, pero que en la práctica parece resultarle difícil.
Demasiado acostumbrado a no perder, se ha ido hundiendo en lo que insiste en llamar un malentendido y que es quizás una mala noticia que no tendría la menor importancia si viniera acompañada de 15 buenas noticias. Una idea, un producto, una exportación, un proyecto grande, enérgico, innegable que nos saque del estancamiento en que llevamos tantos años y gobiernos hundiéndonos.
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