El proceso constituyente que concluyó con el abrumador Rechazo de septiembre de 2022 enfrentó muchas críticas, varias de esas disputadas o exageradas, pero hubo dos cuestionamientos centrales que no pudieron ser rebatidos ni por sus más férreos defensores: la propuesta era maximalista y partisana.
Que sea maximalista quiere decir que tiene una excesiva ambición regulatoria. O bien, como se ha dicho, que transforma cuestiones de política ordinaria, de aquellas que debe tratar normalmente el legislador, en política constitucional, donde supuestamente están las vigas maestras del sistema político, las reglas estructurales del juego democrático. Al ser maximalista, una constitución le achica la cancha a la democracia. Otra forma de enunciar esta crítica fue observar que el texto acordado por la pasada Convención Constitucional parecía programa de gobierno, afectando su capacidad de trascender la contingencia y dificultando su adopción leal por parte de gobiernos de signo contrario (en este caso, de derecha).
Por otro lado, se entiende que una propuesta es partisana cuando refleja el ADN ideológico de un sector en desmedro del otro. No hay misterio en que la dinámica que finalmente imperó en la pasada Convención fue la exclusión deliberada de la derecha de los acuerdos. Con su carácter orgullosamente reivindicatorio, adversarial y plebeyo, quiso cimentar la legitimidad de la nueva norma en la derrota inequívoca de los privilegiados, los patricios, los incluidos de siempre. No hubo geometría variable en los dos tercios: sólo las huellas dactilares de un grupo -por más “pueblo” que se autodenomine- estuvieron en el texto final.
Ninguna de estas críticas, ni la de maximalismo ni la de partisanismo, son esotéricas ni rebuscadas. Ambas emanan de una forma bastante tradicional de entender la función constitucional, al menos en la sensibilidad democrática liberal: que las constituciones deben decir pocas cosas básicas y compartidas sobre la organización del poder y sus límites.
El renovado proceso constituyente, esta vez a cargo de la derecha, ha incurrido exactamente en los mismos vicios. Sus protagonistas pueden ser menos performáticos o exuberantes, pero la crítica central al trabajo del Consejo Constitucional es la misma: están produciendo un texto maximalista y partisano.
Maximalista, porque la nueva propuesta se llenó de enmiendas que elevan asuntos de política ordinaria a política constitucional, desde la exención de contribuciones a la forma de expulsión de los extranjeros, replicando la voracidad programática de la anterior Convención, aunque esta vez con signo opuesto. La derecha hace lo correcto al rechazar las enmiendas maximalistas de la izquierda -muchas de las cuales solo tienen por objeto sacarlos al pizarrón- con el argumento de que es mala técnica legislativa detallar cuestiones que se subentienden incorporadas a reglas más generales, pero ese argumento se les olvida olímpicamente cuando se trata de clavar sus propias banderas. Aunque en su minuto la derecha haya abogado por una Constitución mínima o minimalista, ahora no tiene problemas en elaborar una propuesta “otra vez obesa”, como la describió Jorge Correa Sutil.
Y es partisana, porque no se construye sobre el consenso sino sobre la victoria de unos sobre otros. Esta es una triste constatación sobre la naturaleza humana. La izquierda que durante décadas acusó a la Constitución de Pinochet de ser el escudo para la defensa de una ideología, impidiendo la construcción de una auténtica “casa común”, readecuó su posición una vez que se encontró con una mayoría insólita que le permitió barrer con el adversario en la Convención. Fue entonces la derecha la que imploró por una casa de todos. Pero apenas tuvo los números, se olvidó de su llanto y se dispuso a pasar máquina.
Como sentenció nada menos que Hernán Corral, la derecha liderada por Republicanos no fue capaz de “refrenar sus impulsos para diseñar una Constitución afín a sus valores”. Esta será la propuesta con sabor a campo de la derecha conservadora, orgullosamente construida sobre la derrota de progres y comunistas. Si antes eran los eco-constituyentes los que funaban y trataban de traidores a sus pares del Colectivo Socialista por no llevarles el amén, ahora es José Antonio Kast quien reparte advertencias a ChileVamos para que no se desalineen.
La resaca del primer proceso fue dura. Pensamos que aprenderíamos de nuestros errores. Pero tal como los protagonistas de la película, los estamos repitiendo con calco.
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