Qué falta hace un Miguel Kast cuando hemos visto a propósito del “caso convenios” cómo el dinero público se gasta en “capacitación en limpieza de bancas”, “pintura de fachadas y enseñanza de valor patrimonial” y un largo etcétera. Quizás Miguel habría dicho que era mejor repartir ese dinero directamente a los que viven en campamentos.
Tuve la posibilidad de asistir, junto a otras casi mil personas, a la comida del lunes pasado en que el senador Felipe Kast, su hijo, relanzó la Fundación que lleva el nombre de su padre. Justo cuando el próximo 18 de septiembre se cumplen 40 años de su muerte.
La gran convocatoria obedeció a que Miguel fue el que despertó en muchos de nuestra generación, la vocación de servicio público. Su inspiración, manifestada especialmente a través de las políticas sociales, fue decisiva para que Chile pasara, décadas después, de ser un país “pobre” a un país de “clase media”.
¿Quién fue Miguel Kast? Llegó a Chile a los dos años. Hijo de inmigrantes alemanes. Estudió economía en la UC y después en Chicago. Allá lo pilló el golpe militar. Volvió a trabajar al en ese entonces Odeplan (hoy Ministerio de Desarrollo Social), del que fue años después Ministro.
- Posteriormente fue Ministro del Trabajo (le tocó echar a andar el sistema de AFP en mayo del 81) y presidente del Banco Central. Renunció después de la devaluación del peso. Enfermó de cáncer y murió el 18 septiembre de 1983, cuando tenía 34 años. Eso es en lo formal. Porque la realidad es que Miguel desparramaba mística y fue capaz de despertar e inspirar en centenares de personas, entre las que me incluyo, la vocación de servicio público.
- Fue ministro a los 30 años, y el “padre” de una generación convocada por él a transformar Chile y que ocupó a muy temprana edad un importante rol en lo económico y social.
Lecciones para el Chile de hoy. Más allá de lo que pasó hace ya más de 40 años, ¿qué lecciones de la vida de Miguel Kast podemos sacar para el Chile de hoy? Para mi hay varias que tienen una aplicación directa en nuestra realidad actual. Aquí van algunas.
- El servicio público siempre vale la pena: nos enseñó que trabajar en el servicio público es la mejor manera de contribuir a Chile. En esos años para los profesionales los sueldos del sector público eran 1/3 de los del sector privado. Sin embargo, el sentirse parte de una generación que estaba cambiando las políticas económicas y sociales de este país suplía con creces esas dificultades. Lograr que las personas bien preparadas y con vocación de servicio lleguen al sector público es hoy más necesario aún.
- La batalla de las ideas nunca termina: Miguel fue un gran “predicador”. Las ideas de libre mercado eran resistidas al comienzo por los propios militares, por los empresarios, por los obispos. Hacía una lista de las personas a las que quería explicar y convencer y dedicaba incansablemente muchas horas de su día a hablar con ellas. Con Miguel nunca fue verdad eso de que “nos fuimos quedando en silencio”, al que se refirió años después acertadamente Daniel Mansuy. Estaba muy consciente de que la defensa de las ideas era una tarea permanente.
- Énfasis en la formación de personas: su faceta de “predicador” se manifestó también en las horas que dedicaba a la formación de jóvenes. Cientos de jóvenes universitarios pasaron por los en ese entonces conocidos como los “almuerzos de “Odeplan”, en que junto a un sándwich de marraqueta con jamón y queso Miguel Kast explicaba las nuevas políticas que ya se estaban aplicando o que pensaba diseñar. Es algo que, lamentablemente décadas después muchos de nosotros debimos haber seguido haciendo.
- Las palabras vuelan, los ejemplos arrastran: así dice el viejo proverbio latino. Y es verdad. Miguel era muy exigente, pero lo que más entusiasmaba a los que trabajábamos con él era que si nos exigía 24/7, él lo era también. Trabajaba incansablemente. Pero con la sonrisa. Podía estar muy ocupado como Ministro, pero las puertas de su oficina estaban abiertas para nosotros. Mención aparte es el testimonio que nos dio durante su enfermedad y agonía. Hoy hacen mucha falta esos testimonios de entrega.
- Razón y corazón al mismo tiempo: siempre nos dijo que en el combate a la pobreza, que era su principal motivación, se necesitaban simultáneamente razón y corazón. Según él, no se podía ser solo corazón, porque muchas veces las políticas mejor inspiradas y que parecían buenas, eran ineficientes y favorecían más a los de ingresos altos que a los más pobres. Nunca olvidaré que uno de los primeros trabajos que me encargó fue sobre el impacto del en ese entonces subsidio a la parafina. El estudio mostró que los más pobres se calentaban con brasero, en el invierno. No usaban parafina. Y, por tanto los dineros que el Estado gastaba en subsidiarla iban fundamentalmente a los sectores de ingresos más altos que teníamos grandes estufas (conocidas como las Comet) en la casa y éramos los más grandes consumidores de parafina. Sin embargo, nos enseñó que la razón no basta. Se necesita corazón. Porque si no le ponemos “corazón” al combate a la pobreza nunca le vamos a dar la urgencia, la prioridad que realmente requiere. Fue una lección para toda la vida.
- Eficiencia en el gasto público. En ese Chile pobre de fines de los 70 y comienzos de los 80 (que en parte se refleja en la conocida serie de canal 13), era necesario ser eficiente en cada peso gastado por el Fisco. Para que se destinara donde más se necesitaba, introdujo en el Estado la llamada “evaluación social de proyectos”, que establecía qué proyectos eran realmente socialmente rentables. Cuáles si y cuáles no. Qué falta hace un Miguel Kast cuando hemos visto a propósito del “caso convenios” cómo el dinero público se gasta en “capacitación en limpieza de bancas”, “pintura de fachadas y enseñanza de valor patrimonial” y un largo etcétera. Quizás Miguel habría dicho que era mejor repartir ese dinero directamente a los que viven en campamentos.
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