El gobierno de los que iban a refundar Chile. Por Sergio Muñoz Riveros

Ex-Ante
Boric con sus ministros y subsecretarios el 11 de marzo pasado. Foto: Agencia UNO.

Boric ha descubierto cuán exigente es la responsabilidad que asumió y cuán decisiva es la estabilidad institucional. Quizás hasta se ha dado cuenta de cuánto le debe a la Constitución que buscó desmantelar.


En apenas un año y 4 meses, el gobierno de las izquierdas muestra claras señales de agotamiento. Perdió el sentido de orientación, aparece enredado en pleitos inútiles como el “plan Vallejo” contra la desinformación, tiene al ministro de Hacienda tratando de sacar adelante cualquier cosa que parezca reforma tributaria, y a la ministra del Trabajo cualquier cosa que parezca reforma de pensiones. Y todo ello en medio de los efectos del llamado “Caso Convenios”, o sea, la danza de millones sobre la cual la mayoría de los ciudadanos tiene una opinión formada: los frenteamplistas aprendieron rápido a meter las manos al cajón.

Aunque el Ministerio Público recién está investigando las implicancias y las responsabilidades en las vivezas convertidas en el sistema en 8 regiones, es probable que el costo político de la desaprensión moral exhibida por los militantes de RD en el manejo de los recursos del Estado se convierta en una lápida para el resto del período de Boric. Crearon un “modelo de negocios” que dejó al descubierto su peculiar forma de poner el Estado al servicio del pueblo. Y no es solo RD. En la municipalidad de Recoleta, donde hasta hoy ha reinado Daniel Jadue, se está destapando el caso de las farmacias populares, y en otros lados aparecen evidencias de otras pillerías.

Los casos de corrupción que van apareciendo habrían perjudicado incluso a un gobierno que mostrara logros apreciados por la población y que contara con un liderazgo al que se le reconociera autoridad, pero sucede que el actual gobierno ya estaba muy averiado, venía de experimentar dos durísimas derrotas electorales y no tiene nada que mostrar, salvo comisiones creadas con música de trompetas, como la llamada “Comisión por la Paz y el Entendimiento”, dedicada al estudio de cómo repartir más tierras en el sur, pero que no tiene nada que ver con el fin del bandolerismo.

Si la suma de los desatinos del gobierno no ha provocado una crisis mayor es porque el país construyó fortalezas en el pasado que le han permitido resistir la incompetencia, la ignorancia contumaz y hasta la soberbia de quienes llegaron al poder con ínfulas de redentores. Un ejemplo de esas fortalezas es el Banco Central autónomo, integrado por profesionales de excelencia y que cumple sus obligaciones en materia de política monetaria y control de la inflación. Sin ello, podemos imaginar en qué mundo estaríamos.

No se puede esquivar el origen de los problemas. El programa de gobierno que integró las propuestas de Jadue y de Boric era un plan arcaico, neoestatista, que iba a contrapelo del camino que le permitió a Chile progresar de verdad en las décadas anteriores, y que se sustentó en un fuerte estímulo del Estado a la iniciativa privada. Así surgieron miles de emprendedores en todas las áreas, creció la economía y el Estado pudo impulsar políticas públicas en favor de la inclusión social.

Obsesionados por enterrar el neoliberalismo, los frenteamplistas y el PC, no vieron el mérito de la alianza público-privada en múltiples ámbitos. Se ilusionaron con la posibilidad de promover una especie de “vía no capitalista de desarrollo”, como se decía hace medio siglo, o directamente con retomar la senda de la Unidad Popular. En España, Boric se esmeró por mostrarse como heredero o continuador de aquella experiencia, lo cual solo ha potenciado en Chile los recelos respecto de lo que él representa.

El Frente Amplio y el PC ya mostraron en qué piensan cuando hablan de “cambios estructurales”. Es un horizonte que desmoraliza a cualquiera, y además en el contexto de una economía estancada. Es cierto que los ex concertacionistas que están en el gabinete han amortiguado la nocividad de ese izquierdismo para el cual la realidad es un detalle, pero es cierto también que no han conseguido dar otro rumbo al gobierno que permita enfrentar eficazmente las necesidades sociales más urgentes, como el pavoroso retraso educacional.

Boric llegó a La Moneda con la idea de que la columna vertebral de su gestión iba a ser la aprobación de la Constitución preparada en la Convención que estuvo controlada por su gente. Su voluntarismo chocó con la realidad el 4 de septiembre del año pasado, y volvió a hacerlo el 7 de mayo. Hoy, encabeza un gobierno de minoría, con banderas de minoría, y es improbable que eso cambie.

El problema es que no ha sacado las conclusiones del caso. Para “pasar a la ofensiva” y hacer retroceder a los adversarios, no se le ocurrió nada mejor que concebir una conmemoración de los 50 años del golpe de Estado que favoreciera a su gobierno, aunque nadie sabe cómo podría haber ocurrido eso sin desatar una discusión incómoda para las izquierdas. Lo que quedó claro con la salida del coordinador de la conmemoración es que Boric no hará nada que contradiga las prioridades del PC. Mal septiembre tenemos a la vista.

“Tratar de desestabilizar al gobierno de manera permanente no contribuye a la solución de los problemas”, se quejó Boric el viernes 21 de julio. Imposible no recordar cuánto hizo él y los partidos que están a su lado por desestabilizar al gobierno anterior, pero es adecuado que se preocupe por la estabilidad. Se trata de que proceda en consecuencia, porque los mayores factores de inestabilidad han surgido de la propia acción del gobierno.

Ha descubierto cuán exigente es la responsabilidad que asumió y cuán decisiva es la estabilidad institucional. Quizás hasta se ha dado cuenta de cuánto le debe a la Constitución que buscó desmantelar.

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