La semana recién pasada el mundo nos dejó tres postales importantes: la formalización del ex Presidente Donald Trump en Florida, por apropiación y divulgación de información que compromete la seguridad de su país y de otros aliados, en el caso Archivo Nacional; la condena al ex Primer Ministro Boris Johnson por haber mentido reiteradamente al Parlamento británico, según estableció la investigación del caso Partygate; y el funeral de Silvio Berlusconi, en Milán. Este último acontecimiento merece una reflexión mayor que el obituario normal de un ex Premier -lo fue por casi una década- y Senador en ejercicio.
El nombre Berlusconi es sinónimo, a nivel global, de estupro, corrupción, amistad con violadores de derechos humanos, neofascismo, sexismo, racismo y homofobia, amén de fraude tributario. ¿Cómo puede explicarse el desborde de afecto en las exequias de un ex gobernante conocido por su falta de integridad?
Fue el primer líder continental que boicoteó a la Unión Europea (UE) desde dentro, con el fin de ganar puntos domésticos. Se burlaba groseramente de Merkel, la encarnación viva de la UE en su tiempo. ¿Por qué el bloque le rindió póstumo homenaje?
Por fraude fiscal fue castigado a cuatro años de presidio, prohibición de ejercer cargos públicos, y la expulsión del Senado. Nunca fue a prisión (sólo hizo pocos meses de trabajo comunitario); y extremando los recursos de la estética y batallando discretamente enfermedades, fue capaz de regresar a la primera línea política. ¿Qué talento ejercía aún a los 86 años, como líder de su partido, influenciando de manera importante al gobierno?
Calificar su vida como “colorida” es quedarse corto. Abogado y músico (fue bajista, compositor y cantante), se dedicó a los negocios inmobiliarios mediante un sistema de sociedades controladoras que borró las huellas de sus fuentes de financiamiento original. Saltó a la política ¡a los 58 años!, como un outsider que funda un partido que en tres meses gana su primera elección general y se vuelve el primero del país. Era ya la cabeza de un imperio que incluía el control de uno de los mejores clubes de fútbol del mundo (al cual llevó a una sucesión de logros); y además la principal casa editorial, varios periódicos y revistas, una agencia de publicidad y -lo más importante- tres canales privados de televisión.
En palabras de The Guardian, y considerando que durante sus años en el gobierno mantuvo la propiedad de su conglomerado medial y sumó influencia en la radio y televisión pública, Berlusconi ostentó el mayor poder jamás concentrado en un individuo en una democracia occidental.
Compararlo con figuras del populismo moderno no le hace justicia. Más de 20 años antes de la irrupción en alta política de sus símiles Trump (una celebridad televisiva) y Johnson (un periodista divertido y embustero), Berlusconi comprendió la ventaja que constituían el control de los medios. Impulsó la industria y no sólo del punto de vista económico: en los medios de su propiedad creaba formatos, slogans, títulos de programas, promociones, sugería directivos, elencos y armaba la parrilla del canal. Revolucionó la televisión; y luego la usó para construir un culto a la personalidad y alimentar una cultura de frivolidad y desinformación. Así alteró buena parte de la integridad de la república.
A estas extraordinarias habilidades, Berlusconi sumaba ventajas extras: su capacidad narrativa y negociadora, su carisma de gozador, y su facilidad para hacer amistades transversalmente. No sólo logró ser querido por una buena parte de sus compatriotas, que le perdonaron sus delitos y su continuo quebrantar de reglas. Pudo armar y sostener coaliciones de partidos que han resultado duraderas, proporcionando estabilidad política y económica a un país que tiende a la fragmentación desde siempre, lo que le granjeó mérito nacional e internacional.
La oposición, a través de los años, nunca logró el mismo nivel de éxito en esta labor: en los últimos 20 años, sus figuras más prestigiosas e ideológicamente compatibles formaron efímeras alianzas y breves gobiernos.
Mas allá de estas características, un aspecto central del método Berlusconi fue el marketing de mensajes simples pero elocuentes, que lo erigían como un líder creativo, innovador, divertido, cercano a la gente no obstante su riqueza (la tercera mayor del país), y logrando incluso que completos neófitos fueran elegidos parlamentarios.
Este sello distintivo ha hecho escuela más allá de la derecha: es cosa de preguntarle a Macron, el ex banquero y ex miembro del Partido Socialista, cuya pyme electoral lo llevó desde el Ministerio de Hacienda a la Presidencia de Francia en un solo año, pero que no logra trascender a su fundador. En los partidos instrumentales, la megalomanía suele dificultar la supervivencia de los proyectos.
En los negocios y en la política Berlusconi ganó todo, y jugó desde la partida hasta el final, moviendo las luces y espejos de la sala y poniendo la música, pues todo le pertenecía, sin preocuparse por la ley o la justicia.
Berlusconi no sólo fue la figura más influyente en la historia moderna de su país. Deja un legado a nivel mundial, a diestra y siniestra: la política disfrazada de anti-política, de baile de Tik-Tok, de stories de Instagram o de programa de YouTube, despojada de toda moral. Atención a quienes siguen sus pasos entre nosotros.
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