-¿Cómo nació esta idea de hacer una exposición en conjunto con sus dos hijos?
-Me ofrecieron hacer una exposición allí y me pareció interesante invitar a mis hijos. Es una idea que tenía ya su tiempo. Y por fin se pudo realizar.
-¿Cómo conversan estas tres miradas de un padre con sus dos hijos artistas?
-Somos todos totalmente diferentes. Cada uno es un universo. Entonces esto puede ser también interesante de observar.
-¿Y está contento con el resultado?
-No sé. Vamos a ver qué pasa.
-Usted tiene una larga trayectoria, es uno de los grandes representantes del arte chileno contemporáneo. ¿Cómo ha cambiado su mirada sobre el arte en todos estos años?
-Se ha ido simplificando lo mío. Y ahora en esta exposición se van a ver los últimos dibujos; en muchos de ellos es casi la hoja en blanco. Entonces esa es la sensación.
-¿Regresó a la hoja en blanco después de siete décadas de carrera?
-Va aumentando el abismo. La parte del vacío es lo que me interesa. Tengo que estar con el vacío.
-Ahora que se cumplen 50 años del golpe, ¿qué reflexión hace de ese período histórico?
-Yo, la verdad, no me he dado cuenta cómo han pasado estos 50 años. Ha sido un medio siglo con muchas vicisitudes, el exilio, la cárcel. Y el golpe es una verguenza, que no debemos olvidar nunca, para no repetirlo.
-¿Usted fue torturado?
-Torturado físicamente, no. Psicológicamente, solamente por el hecho de tener los ojos vendados día y noche. Pero no sufrí vejaciones físicas. Algunos otros compañeros sí las recibieron y quedaron marcados para toda su vida. Nuestro país ha vivido momentos muy duros.
-Usted conoció a Allende.
-Sí. Éramos amigos.
-¿Cómo lo recuerda?
-Como un gran hombre. Yo tengo una gran admiración por él.
-¿Y cómo lo conoció?
-Primero socialmente; otras veces cuando ya estaba en la Presidencia, él iba siempre a las inauguraciones del museo que yo dirigía (el Museo de Arte Contemporáneo en 1971). Existía una relación de cercanía y él estaba muy interesado en el arte siempre. Le regalé un cuadro mío y que él lo tenía colgado en La Moneda. Y se quemó el 11 de septiembre.
-¿Cómo se llamaba el cuadro?
-“Bandera para ocho mineros de El Salvador”. Era un cuadro que él quería mucho. Le dije: Presidente, es suyo cuando esté en La Moneda. Siempre le decía Presidente, desde que era candidato. Él empezó siendo candidato el año 52. Los pocos partidarios que lo seguíamos apenas llenamos una cuadra nada más en esa época. Hasta que por fin consiguió ser Presidente en 1970 y le regalé mi obra; se la llevé al día siguiente y la puso en el palacio. Pero fue destruida el 11.
–¿Usted también fue amigo de Víctor Jara?
-Claro. Él fue alumno mío, primero en la Escuela de Teatro y luego trabajamos juntos y sí, nos hicimos muy amigos.
-¿Y cómo era él?
-Lo que pasa es que la gente es normal, son todos iguales, ¿te has fijado? Somos todos gente común, no más. De repente la vida nos lleva a parecer algo más de lo que somos. En el caso de él, su dramática muerte y todo ese tipo de cosas lo convirtieron en mito. Pero en el fondo somos todos personas normales. En Estados Unidos estuvimos viajando juntos en una gira con el teatro. Y conversábamos de todo. Hasta incluso fuimos a Disneylandia. Ahí hay una foto muy graciosa, en que estamos los dos, Víctor y yo, fotografiados con un ratón Mickey (risas).
-Los dos eran de izquierda. ¿Sigue siendo comunista?
-Fui comunista en tiempos de joven, cuando estaba en la escuela de Bellas Artes.
-¿Cuándo se alejó del partido?
-Ah, eso fue paulatino. Yo no sirvo para militar. El Partido Comunista me aburría, las reuniones y todo ese tipo de cosas. Me fui nada más que por eso.
-¿No fue por el tema de la invasión a Checoslovaquia?
-Fue alejamiento, nada más.
-¿No ha seguido participando en política?
-No, yo ya me retiré mucho de eso. Siempre he tenido una visión política de izquierda. Pero dejé de ser militante. Y me fui recluyendo más en lo mío, en la pintura.
-¿Cómo ve el gobierno de Boric y a la gente joven de una nueva izquierda?
-Tengo confianza en que nuestro joven presidente va a salir adelante a pesar de toda las zancadillas que le hacen al pobre.
-Es una pregunta difícil, pero, ¿qué es el arte para usted? ¿Tiene una respuesta a los 93 años?
-Yo creo que ningún artista tiene una respuesta. Me parece que es una condición esencial: uno nació para eso y no le quedaba otra, ¿verdad? Hoy día subiendo las gradas de lo que es ahora el Museo de Arte Contemporáneo, que era la antigua Escuela de Bellas Artes, volví a subir por esa gradería, y me dije: “Vaya, vaya, qué curioso. Estábamos destinados para esto”.
-¿Qué le pasó por la mente?
-Solamente me di cuenta que yo no tenía otra posibilidad que aceptar que no era otra cosa que pintor.
-¿Confía en el nuevo proceso constituyente?
-Ojalá que llegue a buen puerto. Nos merecemos tener una Constitución más democrática.
-¿Esta exposición qué sentimiento le deja?
-Me interesa que la gente conozca el trabajo de mis hijos. El mayor Pedro, vive en Madrid, trabaja sobre papel recortado, muy muy interesante. Y Pablo, que es diseñador de vestuario y escenografía (ha hecho muchas óperas en el Teatro Municipal), la mayoría de sus trabajos son para el teatro. Entonces son tres visiones muy distintas cada una.
Pablo nunca había querido exhibir, y es un privilegio que muestre sus bocetos, que no los conoce la gente, porque la gente va al teatro y ve lo que ya ha sido realizado a partir de ese boceto.
-¿Esta muestra es una especie de despedida?
-Uno sigue al pie del cañón dibujando todos los días. Así que no se detiene. Lo que pasa es que cada vez se va haciendo uno más simple, con la mirada más simple. No sé si eso puede llamarse evolución o retroceso, vaya uno a saber. Pero ¡no hay descanso para uno! No me he transformado en un jubilado.
-¿No piensa en la muerte, en el fin?
-Uno piensa: es una lata la muerte, tener que terminar. Pero bueno, qué se le va a hacer.
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