El experimentado montañista, que en 1996 llegó a la cumbre del K2 en verano, analiza la desaparición desde el 5 de febrero de Juan Pablo Mohr y sus acompañantes -Ali Sadpara de Pakistán y John Snorri de Islandia- y señala que infelizmente no hay esperanzas de rescatarlos con vida. Y basado en su experiencia detalla los avasalladores obstáculos que implica subir esa montaña en invierno. “Juan Pablo no solo era un muy buen montañista, sino que tenía un espíritu de contribución a la sociedad. Era generoso”, afirma.
—¿Cuál es su análisis de la situación a a dos semanas de la desaparición de Juan Pablo Mohr y los otros dos montañistas?
Lamentablemente hay que enfrentar la realidad. Los tres montañistas fallecieron en la montaña. En el mundo del montañismo el K2 es una de las cumbres más preciadas. Incluso mas que el Everest. Y precisamente por esto. Las estadísticas muestran que es uno de los dos “ochomiles” con más muertes en relación a los que alcanzan la cumbre (el otro es el Annapurna). No tengo las estadísticas hoy pero cuando nosotros los ascendimos en 1996, 148 personas habían alcanzado la cumbre y otras 47 habían fallecido. Una muerte por cada tres ascensiones victoriosas. Por algo también se la caracteriza como la “montaña asesina”.
—¿Qué factores a su modo de ver influyeron en la tragedia?
Sin duda las condiciones meteorológicas son las fundamentales. La montaña ya es muy difícil en verano, lo es muchísimo mas en invierno. Bajísimas temperaturas, vientos huracanados y gran cantidad de nieve. Por algo solo unas semanas antes de la desaparición de JP y sus compañeros se había logrado la primera ascensión invernal del K2. Por años se había intentado con sucesivos fracasos. Y solo un poderoso equipo de sherpas nepaleses lo lograron.
—Usted subió el K2 en el verano en 1996, ¿Qué es lo que más lo marcó de esa experiencia y que lecciones le dejó respecto de las dificultades que se podrían enfrentar en invierno?
Cuando nosotros intentamos el K2 lo hicimos por una ruta nueva que solo había sido intentada una vez. Nosotros logramos la primera ascensión por ella. Era un objetivo mayor. La única forma que vimos esto posible fue con un gran equipo de escaladores. En total 10 personas incluyendo ocho excelentes escaladores, un médico y un camarógrafo. Lo que más nos impresionó es lo cambiante del tiempo. Llevamos recursos (comida, combustible, etc.) para 60 días y al final con racionamiento y todo nos quedamos 74. El tiempo no nos dio respiro. Si a esto se le suma las bajísimas temperaturas en invierno se entiende perfectamente lo extremo y difícil del desafío. Solo un poderoso equipo de sherpas lo ha logrado.
—¿Cuáles son las decisiones más importantes a la hora de preparar el último ascenso?
Lo clave es esperar una ventana de buen tiempo. Se necesitan por lo menos 48 horas de buen tiempo para lanzar un intento a la cumbre. Eso en invierno es casi imposible. Lo segundo es estimar el tiempo que te llevará ir y volver a la cumbre desde el último campamento. Y aquí juega un rol importante el peso en la mochila. Más liviano, más rápido. Pero más peso (anafe, ollas, cubre saco) te da la posibilidad de aguantar una noche a la intemperie si es que se hace necesario. Son decisiones sobre las que no hay una regla establecida y solo tu apreciación de las condiciones en el momento te dicen qué es lo mejor.
—El montañista que se devolvió y no acompañó al grupo en el ascenso final afirma que lo más probable es que hayan llegado a la cumbre y el accidente haya ocurrido al descender. ¿Comparte esa opinión?
Es muy difícil saberlo a ciencia cierta pero es muy probable que sea efectivo. Las estadísticas indican que en el K2 la gran mayoría de los accidentes ocurren a la bajada. Nuestro equipo, en 1996, tuvo un serio incidente a la bajada de la cumbre cuando uno de ellos se agotó y consideró que no podía seguir bajando. Fue con el trabajo de todos que lograron superar la situación y descender sanos y salvos. Pero eso significó que les tomó mas tiempo bajar desde la cumbre al último campamento que los que le había tomado alcanzarla. ¡22 horas en total!
—¿En términos físicos, cuánto tiempo se puede resistir a más de 8.000 metros de altura?
La diferencia crucial está en si dispones de oxigeno. Si no lo usas (el caso de Juan Pablo) el tiempo es muy breve. En casos excepcionales algunos pocos escaladores han sobrevivido 48 horas. Pero más que eso es muy improbable. A las condiciones de hipoxia hay que sumar además las condiciones de bajísimas temperaturas con el consecuente grado de hipotermia.
—¿Cuáles son los errores o imponderables más comunes cuando se emprende una aventura como subir el K2?
Es difícil clasificar de errores decisiones sobre el estilo y formas que se ponen en juego al momento de intentar una ascensión como el K2. En el mundo del montañismo de altísimo rendimiento el impulso es a lograr cosas que nunca se han hecho. Un buen ejemplo es la ascensión de El Capitán por Alex Honnold totalmente en libre y sin seguridad alguna. Un único error en el desarrollo de miles de movimientos hubiese significado su muerte. El documental y al artículo en la revista National Geographic bien valen la pena. Pero ese impulso lleva a circunstancias que están en una línea muy, muy delgada entre la vida y la muerte. En lo personal llevo años tratando de descifrar cómo resolver el dilema entre la perseverancia y la tozudez.
—¿Qué lecciones se deben sacar de la tragedia ocurrida con Juan Pablo Mohr?
Lamentar muy profundamente una tragedia más en el mundo de esta actividad. Juan Pablo no solo era un muy buen montañista sino que tenía un espíritu de contribución hacia la sociedad. Tenía proyectos vinculados al montañismo pero de beneficio comunitario. Construir refugios en las regiones de Chile, una escuela de escalada en Nepal, etc. Tenía capacidad emprendedora. Era generoso. Muy triste.
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