7-M: El fin de la revolución. Por Ricardo Brodsky

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Crédito: Agencia Uno.

La Unidad Popular terminó a sangre y fuego, mientras que la revolución del Frente Amplio terminó en las urnas. Quizás como país hemos aprendido algo.


Las listas de candidatos al Consejo Constitucional de Todo por Chile y Unidad por Chile, ambas vinculadas al oficialismo, sumaron en total 900 mil votos menos que los obtenidos por el presidente Boric en la segunda vuelta electoral que lo catapultó a la presidencia del país.

Esta cifra es quizás la que mejor refleja el desastroso resultado y el castigo que está sufriendo la izquierda y la centroizquierda tras algo más de un año de gobierno. La contracara, es el auge del partido Republicano que se instala como la principal fuerza política del país y que junto a la derecha tradicional, se empinan sobre el 60% de las preferencias, repitiendo el desenlace del plebiscito del 4 de septiembre pasado, el que con estos resultados parece ser algo más que un episodio, posiblemente la expresión de un nuevo clivaje en la política chilena.

Buscar la explicación de esta evolución parece ser una cuestión urgente para un gobierno al que le restan tres años y que no puede arriesgarse a seguir descapitalizándose, a riesgo de poner en juego la propia estabilidad de la democracia.

El hecho que el partido Republicano haya triunfado en prácticamente todas las regiones del país oculta un hecho que un estudio de la UDD pone de manifiesto y que explica el resto: las comunas en que el apoyo a Republicanos es más contundente, son aquellas que se encuentran azotadas por la migración o la violencia política o criminal. En efecto, estas son Colchane, cinco comunas del Biobío (Ercilla, Contulmo, Tirúa, Los Álamos y Lebu) y dos de la Araucanía (Ercilla y Melipeuco). Esto habla por sí solo del hastío ciudadano con la violencia. Ciertamente, el gobierno deberá enfrentarla con toda la decisión y eficacia necesaria. Los esfuerzos del ministerio de interior tendrían que empezar a ser respaldados por Apruebo Dignidad. Esto es una necesidad impostergable para sobrevivir políticamente.

El deterioro electoral de la izquierda y centroizquierda no viene, sin embargo, sólo de la crisis migratoria (cuya responsabilidad no le es completamente atribuible, aunque es evidente que las simpatías por Chávez y Maduro también le pasan la cuenta), sino también, y muy especialmente, de la validación de la violencia durante el estallido social y las posteriores performances y puestas en escena por parte de Convención Constitucional. No por casualidad el 60 por ciento que rechazó la propuesta de la Convención, vuelve a expresarse esta vez apoyando a los más críticos de ese proceso.

Por algunos meses, el país se sintió en medio de una situación pre revolucionaria, las calles y muros tomados por los insurrectos, el metro ardiendo, las estatuas caídas, la policía arrinconada, el gobierno conquistado por una coalición a la izquierda de la izquierda, una Convención Constitucional buscando refundar a Chile con ideólogos decoloniales, el lenguaje trastocado para hacerlo paritario e inclusivo, el arte en las calles y los aguerridos encapuchados de la primera línea recibidos con honores en el congreso nacional. Todo Chile reclamando por “los dolores de los 30 años”.

Parece reiterarse una verdad sabida: toda revolución fracasada provoca necesariamente una contrarrevolución o al menos una restauración conservadora y a veces también autoritaria. No deja de ser llamativo que esta reacción esté ocurriendo 50 años después del fracaso del último intento revolucionario, el de Salvador Allende y la Unidad Popular. Claro, hay diferencias notables: la Unidad Popular terminó a sangre y fuego, mientras que la revolución del Frente Amplio terminó en las urnas. Quizás como país hemos aprendido algo.

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