Se viene marzo y sus obstáculos burocráticos como si fuera un eterno día lunes. ¿Qué hace el ser humano los días lunes? Empezar la dieta (especialmente las que fracasan). Porque la moda no incomoda, y porque queremos bajar de peso aquí y ahora, vale la pena analizar las posibilidades de la tortura del momento: el ayuno intermitente.
Sus promotores aseguran resultados inmediatos para disminuir el poto, la panza y la papada. Parece simple de seguir: sólo basta ingerir todos los alimentos en un período de ocho horas al día e irse por el alambre las restantes dieciséis. Si su primera comida es a las siete de la mañana, entonces el último mordisco debe ser a más tardar a las tres de la tarde. ¿Capisci?
Hay personas que se saltan la comida, otros el almuerzo y aparentemente los más desafortunados serían los que se saltan el desayuno, la comida más importante del día ¿o no?
Veamos. Aunque ya llevamos bastante tiempo comiendo temprano en la mañana, el desayuno no siempre ha sido parte de la dieta chilena. Don Eugenio Pereira en sus Apuntes para la Historia de la Cocina chilena cuenta que “en 1862, el frugal almuerzo de la Escuela Militar era servido entre las nueve y las nueve y media de la mañana, y constaba de dos platos y una taza de té o café según la estación; la comida entre las tres y media y cuatro y media, de cuatro platos y un postre; la cena entre las ocho y las nueve, consistía en una taza de té y un pan.” Aunque era costumbre entre las familias de herencia española tomar chocolate caliente temprano en la mañana, de desayuno ni hablar.
Hoy en día, la marraqueta bien crujiente, que cruje aún más después de un triunfo de cualquier orden, es parte de la chilenidad más chilena y, junto a la hallulla, son el centro de un desayuno que se precie. Fresco, con o sin tostar, el pan matinal acoge con los brazos abiertos a huevos revueltos o fritos, mermelada, palta, miel y un largo etcétera de posibilidades. Mi favorito es el pan con mantequilla, pero, mejor aún, pan, mantequilla y queso, todo del mismo grueso. Delicioso, pero ¿por qué importante?
Según los practicantes de la medicina occidental, el desayuno, balanceado claro está, pone en marcha el metabolismo, nos da las calorías necesarias para rendir en el trabajo y el colegio y hasta le atribuyen bajar el colesterol malo, prevenir la diabetes y la obesidad. Así las cosas, y escéptico por naturaleza, investigué el origen de tamaña afirmación: “el desayuno es la comida más importante del día”.
Según Abigall Carroll, autora de “Three Squares: The invention of the American Meal”, todo partió a finales del siglo XIX en Estados Unidos. Era que no. A medida que se trasladaba el trabajo desde el campo a las fábricas y las oficinas, las personas se preocuparon por la indigestión que les provocaban las comidas pesadas al estar sentados o parados en el mismo lugar durante todo el día.
Vino la moda del “vivir sano” y los Adventistas del Séptimo Día crearon unos sanatorios donde se promovía el vegetarianismo y sobre todo las comidas en base a trigo. Uno de los seguidores de la iglesia y nacido en uno de esos sanatorios, John Harvey Kellog, creía que la masturbación era el más grave de los males y que sus cereales a base de trigo “Kellogs´s” podían prevenir tan marrana conducta. Ahí se asoció el desayuno a una moralidad elevada, anti onanística y nutricionalmente superior, que además entregaba la energía para trabajar más duro; otra capa moralizante y por el módico precio de un plato de cereales.
Solucionados los problemas de indigestión y de la líbido, sólo faltaba un empujón publicitario para consagrar al desayuno como la comida más importante del día, la semana y el año.
Ante la arremetida del cereal de trigo, don Edward Bernays, sobrino de Freud y padre de las relaciones públicas, ayudó a los productores de tocino a promover su producto como el más sano, al “convencer” a un doctor que el desayuno de huevos y tocino era más saludable que un desayuno liviano. Luego consiguió la firma de otros 5.000 doctores y publicó los resultados del “estudio” en cuanto diario y revista pudo encontrar. Los huevos y el tocino volvieron a las mesas en gloria y majestad y junto a los cereales hicieron para siempre al desayuno la más importante de las comidas (ya va siendo hora que el almuerzo contrate una agencia de publicidad y prometa estabilidad emocional y músculos tonificados).
Afortunadamente, hermanos míos, este lunes próximo podremos fallar en nuestro primer intento por bajar los maravillosos kilos del verano y tomar un buen desayuno, almuerzo y comida. Mal que mal todavía será febrero. Algo es algo.
Si por falta de cereales matutinos o causas más contundentes usted cree que su alma corre peligro, le recomiendo esta receta original del sur de Italia que puede ser desayuno, almuerzo o comida. Es indispensable que tenga un sartén de unos 25-30 cms. con tapa para que le resulte bien; obviamente se puede ocupar la tapa de una olla que haga el papel de tapa de sartén. Esta receta también sirve si quiere hacer una versión un poco más creativa del clásico puré con huevo frito. Si no le pone ajo, usted se irá directo al infierno.
Ingredientes:
Ponga el aceite de oliva en un sartén con tapa a fuego lento, agregue el ajo y dore un minuto cuidando que no se queme. Una vez que el ajo tome un poco de color, agregue el peperoncino y los tomates cherry. Suba el fuego a fuerte y cocine un par de minutos hasta que la piel de algunos tomates se parta.
Vuelva a bajar el fuego y tape el sartén un par de minutos, revuelva y apriete los tomates con una cuchara de palo para que boten el jugo. Tape nuevamente y cocine en total unos 6 minutos más hasta que los tomates se hayan desinflado un poco.
Mientras se cocinan los tomates, quiebre los huevos en un jarro pequeño.
Con la cuchara de palo haga cuatro huecos en la salsa y ponga un huevo en cada uno de ellos. Póngales sal y pimienta y tape el sartén de 4 a 6 minutos para que las claras queden firmes y las yemas suaves (el tiempo de cocción de los huevos varía dependiendo de si están refrigerados o no).
Por mientras se cocinan los huevos tueste muy bien un pan y cuando esté listo frote un limón sobre el lado tostado. Ojo que no sirve el pan de molde comercial porque se le va a romper: mínimo una hallulla partida con las manos para que el tostado tenga cachitos y el limón se pueda “rallar”.
Agregue un poco de sal y un poco de aceite de oliva sobre las tostadas.
Con una cuchara grande saque los huevos del sartén sin que se rompan las yemas y póngalos sobre las tostadas.
Termine el plato con albahaca picada con la mano y sirva de inmediato.
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