Tras el estallido social, una querida amiga mexicana me dijo: No puedo creer que quemaran todo, realmente ustedes no valoran lo que tienen. Pasó con la infraestructura, la institucionalidad, pero sobre todo con carabineros. Hace tres años, políticos, panelistas, opinólogos, columnistas y la masa en redes sociales tenían algo en común: Repudiar a nuestras policías sin importar si las acusaciones eran ciertas o no. Y como dice otro gran amigo, la opinión irresponsable sin proyección en las consecuencias es propia de un pirómano y, en esta ocasión hicieron una hoguera con nuestras fuerzas de orden.
Como no existe almuerzo gratis, la desacreditación y la crítica infame han tenido un precio brutal: Por un lado, hoy en día nadie quiere pertenecer a las fuerzas de orden. Al escaso interés por ingresar a las Escuelas de Carabineros, se suman las cifras de retiros desde la institución que ya son catalogadas como éxodo. Mientras que, por otro lado, actualmente cualquier zángano se siente con el derecho de atacar a nuestras fuerzas policiales. En consecuencia, todos estamos más desprotegidos, asustados y vulnerables frente a violentitas y criminales.
¿Qué daríamos por volver hace tres años e impedir que se les perdiera el respeto a Carabineros?
En el ámbito que nos convoca, está pasando un germen similar pero felizmente no tan brutal. Un buen periodista y dueño de una radio relevante en el medio local, hizo un análisis político recientemente donde golpea duramente al actual ministro de hacienda. No es el único, poco a poco se escuchan más voces reprochando al jefe de la billetera fiscal. Y humildemente, creo que no se está sopesando lo que está en juego: Una de las hebras más delicadas y fundamentales para el ambiente económico financiero nacional, que si se quema estaremos en serios problemas.
Durante el verano recién pasado, los chats de WhatsApp del mundillo económico financiero estaban repletos de apuestas sobre quién sería la cabeza de Teatinos 120. Había al menos tres grupos de profesionales, primero estaban los nombres que provocaban pesadillas hasta en los círculos financieros más progresistas, después los típicos personajes insípidos y finalmente dos o tres nombres que eran como soñar con Chile en el mundial de Catar… demasiado buenos para ser verdad. Eran esos nombres fuertes y codiciados que, de aceptar, tendrían que tomar el riesgo más importante de sus carreras laborales: Aceptar trabajar para un gobierno inexperto que venía de marchar durante el estallido social y con currículos que carecían incluso de práctica profesional.
¿Quién sería esa Juana de Arco o ese William Wallace? Finalmente fue Mario Marcel, presidente del Banco Central. Es decir, un profesional en el cargo técnico-político más respetado y codiciado por académicos, economistas y expertos en finanzas ¡Él tenía el sillón más admirado y anhelado!
No me atrevería a decir si fue por un profundo espíritu republicano o porque su corazón es similar al del Presidente Boric o por paternalismo o porque –con justa razón– sabía que él podría proteger las arcas fiscales del desastre total. Por la razón que fuese, Mario tomó una avioneta, llegó a los mil metros de altura y decidió saltar sin paracaídas con una bandera chilena en la mano (atrás suyo se lanzaron otros grandes expertos financieros y economistas del instituto emisor).
A siete meses de este arribo, su trabajo ha sido como muchos imaginábamos: prudencia en medio del caos, tecnocracia y sensatez en la tierra de la incoherencia. Lamentablemente –y debo reconocer que tenía la ilusión de lo contrario– su equipo no ha tenido suficiente respaldo, toda vez que subsecretarios de otras carteras, parlamentarios y hasta el mismísimo Presidente han obstaculizado su labor continuamente.
A saber, mientras el ministro de Hacienda confirmaba en EE. UU. que el Gobierno no se opondría al TPP-11, Ahumada convencía a Boric de baipasear la decisión del parlamento; en tanto Marcel respondía a la prensa que la política cambiaria es potestad del Banco Central, la DIPRES anunciaba casi simultáneamente la subasta de hasta US$ 5.000 millones de exceso de liquidez en moneda extranjera de la caja fiscal; al tiempo que el Ministro persuadía al presidente Boric de defender en Nueva York la estabilidad macroeconómica de los últimos 30 años, el embajador de España hablaba en un foro económico en Madrid sobre la profundización de la desigualdad en el mismo periodo; Y mientras Hacienda hace rondas con inversionistas extranjeros, el presidente de la república le pega un absurdo portazo al embajador de Israel… suma y sigue.
Y si bien no soy precisamente una admiradora de la reforma tributaria propuesta, reconozcamos que el único que atajó la iluminada idea de un impuesto Robin Hood fue el ministro en cuestión. Y si escudriñamos en sus escritos pasados, nos encontraremos con el informe de la comisión Marcel en el año 2006 con ponderadas propuestas para una reforma de pensiones o con ensayos sobre Public Trust and Central Banking, y no con frases contra carabineros o invocaciones para evadir el pago del transporte público.
Si bien criticar es gratis y muchas veces rentable, nuestro futuro macroeconómico y financiero es ciertamente vital. Remar contra la corriente es agotador y nuestro ministro de Hacienda necesita más remos –dado que no los tiene en su propio gobierno –porque si se aburre y dice “¡Chao jefe!”, nuestras finanzas arderán hasta convertirse en míseras cenizas.
¿Quién creen que entraría después de él a Teatinos 120? Primero que todo, olvídense de un dream team, nadie en su sano juicio estaría dispuesto a tal riesgo. Los candidatos serían “Arena y Sol”: economistas que piensan que la inflación trae beneficios a las pymes o que el precio del dólar no afecta al poder adquisitivo porque los chilenos no compran en EE.UU; académicos que llaman a declarar nulos los contratos y concesiones de agua, minería y recursos naturales; investigadores que siguen como ejemplo a Grecia y Turquía; entre otros. Después de estos ejemplos, creo que ya no parece tan atractivo un bonfire con Marcel, ¿no?
La oposición técnica a la reforma tributaria, al presupuesto o a una eventual reforma de pensiones no solamente son válidas, sino que necesarias, pero otra cosa muy distinta es el ataque personal. Y en una economía tan deteriorada y vulnerable como la nuestra no podemos darnos el lujo de jugar con fuego y perder lo poco valioso que aún nos queda.
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